Para casos como el del escritor irlandés, fagocitado de cara
a la posteridad de la historiografía por el prejuicio del “one-hit-wonder” (no
podemos hablar sino de la magistral, “Drácula”, claro) este tipo de rescates
literarios resultan sencillamente imprescindibles, una evidencia incontestable
de una versatilidad literaria que, en altos niveles de calidad
independientemente de los registros o temas que afronte (algunos de ellos tan
sorprendentes como la narrativa de aventuras sobre el motivo de la
piratería…aunque no sea “La empalizada roja” el cuento en que mejor lucen ni la
inventiva ni la buena mano estilística del secretario de Irving), trazan el
retrato entero de un narrador memorable.
No es esta "antología" un libro de
relatos al uso ni, desde luego, un conjunto de piezas que fueran
intencionadamente compiladas y previamente ensambladas por su autor: como el monstruo de Frankenstein,
algunos poemas de Góngora o canciones de The Beatles, se compone en cierta
medida de “trozos de cadáveres”. Así, en el cuento inicial “El sueño en el
panteón”, un recorte inexplicable de la misma “Drácula” que no solo tiene sus
personajes sino, y es lo más importante y lo que afianza su calidad, su misma
densa y perturbadora atmósfera. No se puede decir lo mismo de “Las vísperas de
la muerte”, fragmento eliminado de “La joya de las siete estrellas” (la otra
novela de Stoker que ha rozado siquiera mínimamente algo de celebridad y
reconocimiento), que parte de un argumento sugestivo (el intento de
resurrección de una antigua reina egipcia) para ahogarse en un sinfín de
digresiones que son “pseudo” todo (pseudocientíficas, pseudomísticas,
pseudofilosóficas…) pero sobre todo lentas, innecesarias y aburridas. No pasa
nada. La antología revela un sinfín de sorpresas a cuál más estimulante: por
ejemplo, un cuento como “El espectro de
la perdición”, tan melifluo y lleno del irritante buenismo de los niños
virtuosos desamparados (que nos cabrea y a la vez nos conmueve porque es el
centro mismo de nuestra infancia) del Andersen más recalcitrante… pero a la vez
hibridado con elementos esotéricos y apocalípticos que acaban convirtiéndolo en
un extraño artefacto lleno de encanto. O pequeños esbozos narrativos que a
veces pueden resultar anecdóticos pero también de un certero ingenio corrosivo
(“El misterio de Shakespeare”), el mismo que anima textos de mayor aliento como
“Una estrella criminal”, cuya sátira contra el artista envanecido que se rige
por aquel principio de “publicidad aunque sea mala” (hasta el punto de que está
a punto de ser fagocitado por sus ansias de trascendencia pública) no puede
sino relacionarse con ciertas “marcas” psicológicas traumáticas de su trabajo
habitual con una estrella no ajena a los extremos del divismo.
Los paralelismos con
Poe, obra de cotejo inevitable en la valoración crítica del conjunto, no
remiten tanto a la hábil utilización de elementos terroríficos y góticos como
al común tratamiento magistral de un motivo como el de la venganza: con
elementos colindantes al humor negro y el absurdo en el castigo que sufre un
soberbio capo deshumanizado de los negocios en “El hombre de Shorrox” o con la
perversidad afinada hasta lo milimétrico que inspiró “El barril de amontillado”
en “Muerte entre bastidores”…antesala de una de las joyas del conjunto, “La
squaw”, en que el protagonismo de un animal que oscila entre la ternura y la
virulencia diabólica no puede sino animar comparativas con aquel “gato negro”
que quedara marcado de forma indeleble en el adn de nuestra fascinación por el
horror.
Y es de justicia dedicarle párrafo aparte al relato más
impresionante de todo el conjunto: “Los dualistas o la funesta muerte de los
gemelos” (hasta el título, que parece un chiste fácil, resulta ingenioso).
Simplemente decir que es difícil o casi imposible concebir en toda la tradición
narrativa en lengua inglesa (quizá sí en la francesa… Rabelais o Villon tienen
este grado de audacia hiriente) a alguien capaz de escribir algo tan bestia. Ni
siquiera Saki, a menudo no un escritor sino un resentido de la peor calaña
capaz de destruir los límites de la corrección hasta el desagrado moral de los
no precisamente pacatos. Un aguafuerte cuya eyaculación de maldad y violencia
se tensa hasta los límites del esperpento trágico más grotesco. Se aconseja,
como mínima instrucción de uso si se aprecia la sensatez (que no se debería)
leerlo al final del todo. Para no quedar sin el aliento para afrontar el resto.
O para gozar morbosamente de la más pura reverberación del miedo.