Sin novedad en el frente. Y qué novedad podría haber en un
frente de guerra. Tal concepto de queda reservado para nuestras mediocres,
resguardadas y autosatisfechas vidas de burgueses progresivamente apáticos que,
precisamente por desarrollarse en el límite de la vaciedad, están predispuestas
a considerar cualquier acontecimiento que se salga de la atonía generalizada
como una posibilidad de abrirse a la felicidad o la aventura. No puede haber
sorpresa alguna cuando la cotidianidad se ha convertido en terror, anestesia de
la piedad o el instinto vital y muerte. Creo que esta es la mejor novela que se ha
escrito sobre la I Guerra Mundial, más esencializada y sin las caídas ocasiones
en el panfletarismo de la, por otra parte excelente, Johny cogió su fusil
de Dalton Trumbo; menos lograda estéticamente pero más coherente en la
eliminación de tramas sentimentales innecesarias que Adiós a las armas
de Ernest Hemingway (adoro las virtudes del estilo preciso y limpio del viejo
marino pero su manera de representar a las mujeres me resulta sencillamente irritante).
No es su mérito menor el que sea capaz de retratar con la
misma intensidad virulenta el odio y la compasión, pulsiones necesarias para componer
una panorámica de la guerra como lo que realmente es, una vivencia capaz de
abarcar el conjunto total de la potencialidad de lo humano. El odio para los
padres biempensantes de la patria, para los maestros, para los adultos que
ejercieron sobre ellos una conciencia de superioridad moral cuyo único
resultado efectivo fue conducirlos al matadero (si bien Paul, el protagonista,
acaba contemplando su adiestramiento militar con la misma benevolencia
dramática con que Lázaro de Tormes recordaba los golpes de su amo ciego: un
aprendizaje duro pero imprescindible para desarrollar el embrutecimiento que
requiere la supervivencia entre la sordidez más absoluta), para los mediocres
que, alzados de repente a una posición de poder que sus limitaciones nunca les
permitieron ni soñar, ejercieron una
brutalidad que sólo sembró resentimiento(impresionantes las escenas en que los
reclutas traman su revancha, física y psicológica contra el jefe de tropa
Himmeltoss, un cartero convertido en tirano en el mismo instante en que otro
necio tuvo la ocurrencia de colgarle una charretera en el pecho).
La compasión
para las víctimas legítimas, las mismas que están fatalmente condenadas a
cambiar su caridad por egoísmo (el mismo que les lleva a ver la muerte del
compañero como una posibilidad de aumentar la ración de campaña o adquirir unas
botas nuevas) pero que también son
capaces de salvaguardar la lucidez necesaria para reconocer que lo que les
opone al “enemigo” es solo un rencor ficticio alimentado por intereses espurios,
una mentira que no anula la certeza de encontrarse ante un igual y por tanto
entregarse libremente a la empatía. (como los Zapo y Zepo de aquel delicioso
pic-nic bélico de Fernando Arrabal).Impresionante a este respecto el uso
narrativo que Erich Maria Remarque realiza del motivo del sexo, bien como un
instante de redención empañado por la urgencia de la necesidad (la escena en
que unas jóvenes aldeanas caen en la prostitución como último recurso
desesperado para no morir de hambre) o para manifestar la solidaridad entre los
que asisten cada día al acecho de su pronta desaparición(como cuando los
soldados permiten a un compañero agonizante tener relaciones sexuales con su
esposa en la misma sala de un hospital, escenario tétrico de muertes sucesivas,
amputaciones y experimentos de médicos tétricos que sienten la euforia de
poseer una materia prima por la que nadie les exigirá responsabilidades,
dirigido por una orden religiosa).
La novela no deja decaer un solo momento el pulso de una intensidad
que le permite convertirse, más que un anecdotario personal, en el manifiesto
de defunción de una generación entera en
la que, como en Austchwitz, no podía haber supervivientes porque los que
regresaron lo hicieron aún más muertos que los recibieron honores en sus ataúdes,
no se toma un instante de alivio ni en el retrato de realidades a priori más amables
como los días de permiso, que solo sirven, además de para comprobar el
lamentable estado de los civiles no directamente implicados en el conflicto,
corroborar la sensación de extrañamiento ante una vida anterior irrecuparable
que, de continuar, convertirá a su dueño en simple espectador, un figurante que
la afrontará con la misma indiferencia que las ajenas con las que ya no es
posible la comunicación…..como le sucediera al protagonista de aquella “El
desierto de los tártaros de Buzatti) Y el final… no lo revelo aquí pero supone
la consumación de un “in crescendo” dramático
que redondea la perturbación intimidante que sugiere todo el conjunto.
Leo en la solapa que esta obra narrativa, alzada además por
una versión cinematográfica que se convirtió en clásico inmediato, constituyó
un “extraordinario éxito internacional”. Mentira. Todo el mundo leyó esta
novela pero nadie pudo o quiso entenderla si no intelectualmente (no es
especialmente difícil)desde luego a un nivel vital (de poco sirve comprender
intelectualmente a un escritor si no se le permite ponerse a dialogar con la
emoción o la peripecia vital propias). De lo contrario nunca hubiese existido
una II Guerra Mundial. Ni probablemente ninguna otra.
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