La Generación
del 27 (pues en ella se debe incluir a este autor, por afinidades personales y
poéticas con este grupo, sólo unos años mayor que el poeta senior, Pedro
Salinas) sigue deparando sorpresas que animan a revisitar su canon para
descubrir que sus poetas menores no lo son en absoluto, salvo en la comparación
con la talla desmesurada de los clásicos de la época. Moreno Villa, más pintor
y dibujante que poeta, tiene una obra estimulante y variada que atraviesa todos
los hitos líricos de su momento histórico desde la poesía pura y el
neopopularismo a la poesía del exilio, pasando por el talento extraordinario de
sus libros vanguardistas.
Su primer libro,
Garba (1913) da ya muchas pistas sobre sus próximas líneas de evolución:
los poemas sobre el mar, sobre el que se vuelcan anhelos espirituales (Grandeza)
anuncian al Juan Ramón Jiménez de Diario de un poeta recién casado y
forman parte de una línea de observación trascendente de la naturaleza (Fuego),
a menudo perturbada por la violencia y la crueldad del hombre (Hombrada, En
la serranía, que debió ser fuente directa para el Romance de la guardia
civil de García Lorca) e incluye ya muestras de un neopopularismo
especialmente afectivo (Reconocimiento). Tras el aburrido El pasajero
(1914), Luchas de penas y alegría (1915) resulta un libro sumamente
original, con el planteamiento de la pena y alegría como dos sentimientos
personificados en mujeres entre los que el poeta oscila, cantando a la
incapacidad de liberarse de la melancolía (III,XVII), despreciándola en una
peculiar canción de alba (VI), invocando a la presencia salvadora de la alegría
(V, VII, X), traicionándola por el regodeo en su tristeza esencial (XV) o
defendiendo la complementariedad y existencia simultánea de ambas (XIII). Colección
(1924) es una obra de transición en la que destacan algunos epitafios y poemas
ligados a un sentimiento elegíaco o una intensa tristeza (Extrañeza,
Testigo, Congoja).
Jacinta la
pelirroja (1929),
ligado a su entrega apasionada al arte vanguardista en aquellos años, es su
obra maestra y parte de esa tradición de libros “marcianos” del 27 que incluye Cal
y canto de Alberti o La flor de Californía de Hinojosa. Escrito como
cura de una dura relación sentimental con una norteamericana que acabó en
fracaso, compone un peculiar cancionero petrarquista llena de
referencias a la modernidad (la literatura europea, la música jazz, la
política) con toques de irracionalidad y un dominio admirable de la ironía.
Entre otros muchos destacan Comiendo nueces y naranjas donde lo anecdótico de la relación (tema esencial
del libro) apunta a una poesía existencial sobre la juventud y su degradación, Al
pueblo sí, pero contigo o Jacinta se cree española donde parece
homenajear e ironizar a la vez sobre su vena folklórica y populista, textos de
un escepticismo vital a caballo entre el desenfado y una leve melancolía (Observaciones
con Jacinta, Jacinta empieza no comprender… Sí…pero/debajo de los muebles,
detrás de las cortinas/en el fondo del baño, sobre el lino nupcial/kilómetros,
millas de aburrimiento) o Israel, Jacinta lúcida exposición del
problema semita a pocos años de los totalitarismos europeos. La segunda sección
del libro, de una poesía más herméticamente vanguardista que intenta llevar a
la literatura técnicas de su adorado cubismo, pierde parte de su encanto, salvo
excepciones como el imaginativo D. Por desgracia es esta la línea que se
impone en su siguiente libro, Carambas (1931) y en Puentes que no
acaban (1933), salvando la brillante exposición de conciencia cosmopolita
de ¿Por qué el mundo no es mi patria?. Vuelve, sin embargo, a ser
brillante el por desgracia poco representado Salón sin muros (1936),
sobre todo en su poema titular, un poema donde reflexiona sobre la soledad y su
desdichada vida sentimental en un tono logradísimo de coloquilismo y nuevo
dominio maestro de la ironía. El inicio de la guerra supone la obligatoria
contribución a la lírica comprometida con los Romances de la guerra civil
(1937), una prueba del que sale airoso el poeta con textos que saben eludir lo
panfletario y conseguir una enorme expresividad dramática tras la que apunta la
guerra como absurdo: ahí están las descripciones espeluznantes de Madrid,
frente de lucha, el retrato del miliciano, entre el desarraigo y la fe en
unos ideales, de El hombre del momento, el manifiesto de literatura
comprometida de Frente (Ya no valen literaturas;/este el frente duro
y seco) y los tonos casi apocalípticos de Terrores y El avión
nocturno (Ven y hunde, destroza y quema/salgan cunas por las
ventanas/rueden ancianos impedidos/hasta la calzada).
Poemas escritos
en América
(1947) sintetiza la producción de sus años de exilio en México, donde llegó
recogido por Genaro Estrada, con cuya mujer acabará casándose tras su muerte.
Junto a poemas experimentales como ¡Porteros¡, que mezcla el alejandrino
clásico para fundir el domino de la espontaneidad coloquial con la soledad, la
fe en el arte o la esperanza perenne en un cambio de suerte, el tema esencial
es el de la paternidad, a raíz del nacimiento de un hijo ya en edad madura que
Moreno Villa relaciona con un pulso personal contra el tiempo (Coloquio
paternal, A mi hijo). Surgen también el dolor del exilio (Aquí estoy),
la fascinación por lo popular (Lavanderas), un impetuoso erotismo (Cuerpo),
una observación de la naturaleza para volcar anhelos de totalidad (Aire)
, una imaginación desbordante (Parque selvático) o su independencia y
superioridad sobre la condición humana (No es por nosotros). La
apasionada entrega a la escritura como forma de salvación (Para desviarte)
no evita un dramatismo de tono irracional donde el autor encuentra sus mejores
versos, como en En hora fea, La cara completa o posiblemente el mejor,
el perturbador e insólito Las esquinas (porque la ciudad es un congreso
de esquinas…). Los poemas sobre la asimilación de la cultura y la mitología
del país de adopción (Canciones a Xochipili) son interesantes pero más
puramente anecdóticos. Finalmente, Poemas finales es un añadido del
editor Juan Cano Ballesta (excelente trabajo el suyo, con un ensayo lúcido y
esclarecedor sobre su biografía y cada paso evolutivo de su producción lírica)
que incluye poemas escritos entre la publicación de la antología en 1947 (a la
que se nombra con un verso de San Juan de la Cruz) y la muerte del poeta en
1955, donde tienen un papel fundamental la cada vez más creciente añoranza por
el país y la juventud perdidos (Carta de un desterrado, Hacia la casa
dormida), la suplantación de la naturaleza por un entorno urbano opresivo (Ansia
de campo) y una joya final como Ya me cansó la imagen del invierno,
uno de sus “falsos sonetos” donde destroza el tópico poético de la comparación
entre la vida humana y el ciclo de las estaciones (No hay paridad entre mi
ser y el año./Cuando el hombre caduca se termina,/no vuelve a la niñez y juventud./Vivir no es repetir .cuatro
estaciones./Vivir es consumir las cuatro etapas/y a veces sólo tres, o dos, o
una./No hay rotación posible…)
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