Mi antecesor en
el premio Joaquín Benito de Lucas pone el listón muy por encima de mí y se
revela como otro nombre a seguir en la cantera, al parecer inagotable, de la
literatura leonesa (en buena medida, y aun siendo más joven, se le puede considerar
compañero de generación de Llamazares o Juan Carlos Mestre y no exclusivamente
por motivos cronológicos, sino por rasgos temáticos y estilísticos , como la
utilización del versículo con un innato dominio de las cláusulas rítmicas que
se sobrepone a la “música dispersa” a que parece prestarse fatalmente en manos
poco hábiles, que conformaron una estética inconfundible y tantas veces mal
imitada en la reciente poesía española). Parece increíble que este sea el libro
de un autor “primerizo” en la poesía (aunque bien experimentado ya en el
relato, el ensayo o la labor divulgativa sobre figuras de su entorno como Antonio
Pereira), supongo que es lo que tiene debutar ya en plena madurez humana y
creativa: el ahorrarse los poemas de juventud, que sólo sirven para pedir
perdón por ellos, y empezar con lo realmente sustancioso. Con su centro
inspirador en un entorno real, el monasterio de Carracedo (también escenografía
de algunos pasajes de “El señor de Bembibre” de Gil y Carrasco, quizá la mejor
novela histórica que produjo el Romanticismo español), antigua abadía primero
benedictina y posteriormente cisterciense del S.X, construido inicialmente para
dar a silo a monjes huidos de las incursiones militares de Almanzor y
posteriormente primer panteón real en España, de gran relevancia durante todo
el Medievo hasta su progresivo abandono y decadencia a partir del S.XIX tras
las desamortizaciones, López Costero utiliza la piedra, y por extensión la
ruina, símbolo romántico por excelencia, como referente poético central de
estos versos, con una multitud de enfoques que lo convierten en un motivo
ambivalente, que puede asociarse tanto a la vitalidad de la naturaleza y el
afán de comunicación humana (“Claustro regular”, “No están solas”, “Una piedra”)
como a la desolación , a veces una muerte “absoluta” que incita al regodeo
existencialista (“Solo las piedras”, Claustro de la hospedería”, “Melancolía”, “Sobrecogimiento”)
y otras veces una nada “amortiguada” que permite acceder a a alguna resonancia
o un eco persistente de la vida que fue (“Sarcófagos”, “Psicofonías”), creando
una atmósfera de “duermevela”, un ámbito fronterizo entre la realidad y el
sueño que posibilita la proliferación de formas de la irrealidad que pueblan
estos versos (espectros, como en “De nuevo el fantasma”, sobre el tema
recurrente en el libro del fantasma que sigue ligado a los espacios donde se
desarrolló su existencia, o los ángeles, retratados con una estética de
irracionalidad dramática que parece remitir a Rafael Alberti o Xavier
Villaurrutia). Y, a medida que va avanzando el libro, el efecto de monotonía a
que podría prestarse la reiteración de espacios y motivos simbólicos, se va
desdiciendo en una palabra capaz de percibir una infinidad de matices en las
imágenes básicas que ha elegido para expresarse: cierto sensorialismo y
capacidad de creación de atmósferas con poder perturbador (“El frío”, “Niebla”, “La
sagrada humedad”, “Calma pétrea”), , sugerentes mezclas de
erotismo y literatura (“Dulce verbo”),
fusiones cuasi místicas entre el poeta y la naturaleza (“Sueño vegetal”)o apuntes sobre la persistencia de los
traumas de la dictadura (“Arcadas de
poniente”).Resultan memorables también el poema inicial, “Respuesta”, acongojante definición
de la condición humana, lúcida en su paradoja entre la miseria y la
desorientación existencial junto a su capacidad de sublimarla creativamente,
con brillantes toques de delirio surreal , textos de gran originalidad como “Ofrenda”, donde las hojas de los
libros del autor se usan para compensar la ausencia de los códices perdidos del
monasterio menospreciado por la ignorancia de un mundo que no merece sus dones ,
así como fantasías de alcance trágico(“Ángel
suicida”) o falsas escenas pueriles (“Postal infantil”). “El desconsuelo” ejerce
como brillante coda final, con este contundente repudio de la actividad
poética: Al estrellar mi [l]ira contra esos muros reivindico mi condición de ser humano./Ya sólo me resta pegar fuego a los edulcorados alambiques de la
inspiración./Y ver pasar la vida, mientras me desangro. Un autor excelente
que, gracias a mis “topos” en la zona del Bierzo, espero poder seguir leyendo.
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