La excelencia de este último libro de Lucía Plaza restalla
antes incluso de su primer poema: con una cita de Kavafis (… la
ciudad es siempre la misma./Otra, no busques- no la hay- ni caminos ni barco
para ti.- La vida que aquí perdiste/la has destruido en toda la tierra) que resulta una elección inmejorable para
sugerir que la huida es una ficción, un gesto tan inútil como un simple cambio
de postal que pretende conjurar un
vértigo que permanece tan afirmado en la propia subjetividad que no hará sino proyectarse
en cualquier lugar que acoja su ansiedad. Por ello, Matías Miguel Clemente en un prólogo
breve pero sumamente esclarecedor por su aproximación certera a las claves del
poemario, señala que la poeta “no deja de mostrarnos la globalidad que supone
hoy el dolor, el desarraigo, la soledad, el amor que se desmorona por las
calles de cualquier ciudad”.
Eso es Lonely
planet, ya desde la inquietante ambigüedad de su título, una cartografía
del sufrimiento, un itinerario desasosegante por los más diversos escenarios y
apariencias de la derrota que abarca el desgarro de la separación (“Objetos perdidos”, “Los paraguas de
Cheburgo”), la fatalidad de crecer para corroborar la pérdida de la inocencia
(“Universo”, ) la conclusión amarga del sueño de la celebridad en una deriva de
excesos y fama impostada en que el reconocimiento externo se contrapone a la
certeza de no contar con nadie que se comprometa con la propia intimidad herida
(Contratos multimillonarios que no pueden
comprar/un lugar/donde poder llorar a solas/donde nadie pueda ver/la pena
hirviendo en mis ojos enrojecidos se dice en “God save the queen”, líneas
que remiten al escalofrío de aquel “cada día hago el amor con 25.000 personas y
después me acuesto sola” que sentenciara otra víctima prematura del éxito como Janis
Joplin),amar como el sometimiento al pulso de comprobar cuánto ha sobrevivido a
la devastación del tiempo (“Trenes”, “Bienvenido”) y con ello renunciar a
cualquier tipo de coartada para no asumir la proximidad asfixiante de la enfermedad y la
muerte (“Hospital central”), el peso de afrontar la supervivencia en un mundo inauténtico,
la suplantación artificial de una naturaleza cuya espontaneidad solo puede ya
perfilarse en el delirio (“Un techo de
estrellas”), una carencia de valores éticos que niega la posibilidad de
enraizarse en patria alguna e impone la conformidad con el autoexilio (“Nothing
to declare”)…si bien, y es parte fundamental de la complejidad que debe
caracterizar todo libro genuinamente
memorable, no todo en este planeta
solitario es desgarro, persiste alguna senda cuyo destino marcado no
suponga el extravío: “Usa” conserva casi
intacta la euforia del viaje como una
aventura de construcción personal a través del otro y el excelente “Cercanías”
ahonda en la inminencia del reencuentro hasta el punto de ejercer una deformación
de los límites espaciales y temporales que impone la distancia (Así- de tu corazón al mío- se reduce la distancia/se vuelve un suave
traqueteo casi un arrullo/una elipsis para soñar y disfrutar del paisaje/para
pasear el corazón/por confortables vías de acero).
Una parte fundamental
de la singularidad que apuntala la consistencia del libro radica en la apuesta
novedosa, y también sumamente arriesgada, que implica su estilo: además de la
mezcla sugestiva de irracionalidad (sin la complacencia hermética de tanto
experimento supuestamente vanguardista) y referencialidad realista, el talento de su autora para subvertir la impersonalidad de lenguajes
decididamente asépticos (guiones cinematográficos, anuncios breves de prensa,
textos instruccionales) y convertirlos en códigos capaces de transparentar la
fragilidad emocional, especialmente en “No life vest under your seat”, donde un
instante anodino de la cotidianidad va
transformándose en una apelación dolorosa a asumir la vida como una apariencia,
la conciencia de la propia insignificancia y el deseo como una ortopedia en que
apenas se sostiene el pundonor de resistir (No
olviden/que viajan con sus sueños como único equipaje/no haciéndose responsable
la sociedad ni la empresa/si estos aparecen rotos y mojados/flotando en alta
mar/bajo el amanecer violeta). Igualmente, y como quien ha asimilado el
magisterio de un “Poeta en Nueva York” de García Lorca, los lenguajes
tecnológicos e informáticos que conforman el bagaje más emblemático de la
modernidad aparecen líricamente afinados para insinuar la opresión, para
sugerir una alienación vital en que se asienta la paradoja de que su voluntad
de tender lazos afectivos no ha hecho sino confirmar nuestra rotunda
incapacidad para la empatía (En la era de
la comunicación/nunca una sílaba costó tan cara(…)Un Olimpo de ondas/de cifras/de
cables/que nos condena al ostracismo/de no entendernos, concluye “Papelera
de reciclaje”). Igualmente, nos asombra a cada momento una palabra de total
competencia sugestiva, un talento para la recreación climática de “atmósferas”
emocionales que tiene sus mejores
ejemplos en el inicial “6:30” (su panorámica la ciudad recién amanecida nos
evoca la ternura que suscita la palpitación frágil de cuanto acaba de nacer (Se va apoderando a pinceladas de las
calles/derrochando un perfume de café/y flores de piel recién abierta/ con
piezas ensambladas del engranaje/de una caja de música) pero también el desequilibrio que
impone una civilización vaciada por la robotización y la uniformidad (Haciendo enrojecer con su furia los estratos
bajos de las nubes/detonando la maldición/de los despertadores/de los hombres
embozados en trajes grises/del llanto hueco de las campanas)) y en “La
chica de la fábrica de cerillas”, cuya ambientación llega a cobrar las dimensiones de una densidad
onírica colindante con la duermevela asfixiante y la pesadilla.
Dejo para el final, y no puedo sino transcribirlo entero, el
que quizá es mi momento predilecto en este vuelo poético de texturas tan
perturbadoras que merece mucha mayor difusión y atención crítica de la que
seguramente ha recibido : ”Automático”. Más o menos conocedor de la peripecia
vital de Lucía (soy compañero de trabajo de Javier, su marido, en el IES Jorge
Manrique de Motilla del Palancar), su necesidad de renunciar a menudo a la vida
familiar por imperativos laborales, no puedo sino dejar de conmoverme ese
esfuerzo de aleccionarse (tan frustrado como el de otros poemas de temática
similar como “Fotogramas”, que no hace sino revelarle cómo la nostalgia es una adicción exigente/que sólo habla/-y no
escucha-/ni sabe de dolor/ni comprende) para la insensibilidad, para diluir
el amor en una anestesia capaz de salvar su herida confundiéndolo en el ritmo opaco
que implantan la vida convencional y la rutina…y la poesía, sabedora de que es más que una
condenación al olvido de cuanto invoca:
Voy a levantarme cada
mañana
Y no voy a pensar en
ti
Voy a ponerme el traje
gris marengo de “Soledad & Rutina”
Y a tomar el café en
una taza
Que no reconozca el
roce de tus labios
Después
Peregrinaré hasta el trabajo
Por calles que
nuestras sombras nunca han recorrido
Y me mantendré en
pie-cada vez-
Que mi pecho reciba
El impacto mortal de
tu recuerdo
Voy a sincronizar los
latidos con el tic-tac del despertador
Y limitarme a abrir
Y cerrar los ojos
No voy a mentirme
Te sacaré de mí- poco
a poco-
Goteándote en cada una
de mis palabras
Aunque sea necesario
Un universo de versos
Para extinguirte.