Aquellos lectores que aún sigan teniendo reticencias con la
poesía culturalista, que la perciban como un exhibicionismo “arty” sin más
sustancia que el brillo de la referencialidad de la que presume, puede que
hayan leído alguno de los libros adscritos a dicha tendencia en la poesía
española de los años 70. Desde luego, no han leído a Francisco Caro y su
“Cuaderno de Boccaccio”. Un ejemplo de que la “impostura” se rebela contra la
connotación que la pretende una forma de la mentira. Un viaje a la Italia renacentista del S.XIV,
a las clases ficticias de un ya anciano Boccaccio ante un grupo de alumnos
predilectos, que llega hasta el tuétano de los dos o tres motivos
verdaderamente esenciales de la poesía y sobrepasa la fascinación de la
coartada literaria que lo motivó.
Me gustan especialmente en este libro las reflexiones
metaliterarias, las sabias apelaciones a una poesía sobria, contenida tanto en
el desgarro y la exaltación emocional
como en el preciosismo formal (de la que estos poemas, por supuesto, son
cumplido ejemplo en virtud de la coherencia rotunda con sus propios
planteamientos que preside cualquier libro de este excelente poeta), que es una
emanación espontánea del vivir pero que es consciente de que solo podrá
comunicar su verdad a través de una mínima disciplina de refreno y equilibrio (Que nunca se derrame/ni os domine/ como a
veces pretende,/que no os tema,/conducidlo/ sereno a su final llevándole de la
mano). Una poesía que no termina en su realización verbal sino que queda
incompleta y hasta vaciada sin el cotejo con la experiencia que alentó su
existir (pensaos en poema como
fruto/imperfecto, mortal, matriz en esperanza/entendedlos así:/trinidad y
conflicto/permanente y acción, hacedlo verbo/esperad tiempo y modo, conjugadlo afirma
en “De la acción y el verbo”), que desvela la trascendencia muda en su
humildad de cuanto aparenta insignificancia (En las que no griten,/poned vuestra atención en tales cosas,/también
existen,/tienen/la misma intensidad/de aquellas que vocean su presente) sin
renunciar a ser una suerte de materialización de lo imposible (También es un poema/la cúpula
imposible,/sueño núbil y abierto en el Duomo del Fiore/ de quién será/-ofrecía
Boccaccio-/la palabra que cubra tanto azul infinito?), que es entrega y a
la vez recogimiento sugestivo en su propio misterio (… No contéis la evidencia/ni desveléis lo oculto,/vuestros lectores
deben/intuir vuestra senda, pero hacedles/dudar sobre el exacto recorrido),
que mana del magisterio de los clásicos pero que a su vez sabe que solo
alcanzará su autenticidad a través de la transgresión de su genealogía (Alguno de vosotros (…)/escribirá sin mí,
renegará,/me negará/tres veces como padre, será poeta), que es lúcida y
sabe tentar sus propias carencias y por tanto sentenciarse a sí misma al
silencio, sin necesidad de la evidencia del desprecio de los demás, cuando ha
rozado lo mediocre y lo inane (Vosotros,
mis futuros: Alessandro,/ Filippo, Luca, Massimo, Paolo,/que pronto viviréis en
tales tiempos,/juradme ser humildes, que jamás/os haréis imprimir/libros
inútiles).
Una palabra, en definitiva,
que asume con ternura su propio desgaste, que se niega a ser una salvación estética de
la vida para, por el contrario, asumirla y verse a sí misma crecer en el
sufrimiento y la sensación de orfandad e intemperie que fatalmente nos impone (Os conviene mirar de cerca el miedo/y
salir,/tocar la tierra,/el negro frío con las manos,/saber de soles sucios y de
oteros,/escribir de los hombres que orinan el dolor) y por ello deja como
testamento una invitación al viaje “kavafiano” aun sabiéndolo un pulso
desesperado contra la ruina del tiempo
(“Que conozcan las islas/o las huérfanas
letras,/la errante, venturosa,/riqueza de quien anda,/que sean de oro pobre/ y
de prez escondida). Por todo ello, y
por la rotunda originalidad de su enfoque y su ángulo de enunciación lírica,
este es mi poema predilecto de un libro en el que ningún texto está demás, que
es la obra de un poeta clásico que caracteriza a otro clásico a través de un
decir que hace suya la virtud estilística de lo clásico: un insólito regalo,
rayano en el milagro, para el lector.
DE PALABRAS Y CALLES
Por donde pasen torpes
Jinetes como ángeles
mecánicos
De oscuros vicios
Ni de abadía,
Ni de una audiencia,
quiero
-confesaba de sí
Boccaccio de Certaldo-
Que mis palabras
sirvan
Para empedrar las
calles
Que les arranquen
Sus aristas las aguas,
Sus sílabas los pasos
de mil brutos
Que griten golpeadas
por el hierro
Errático de furias y
herraduras
Que pierdan su
inocencia y sepan
De la inmisericordia.
0 comentarios:
Publicar un comentario