ANA ARES: "55 minutos"





Si faltaran en este libro poemas de sustancia, logros redondos por su emoción y uso limpio del lenguaje (que no es el caso), creo que sería igualmente memorable por su simple movimiento estructural, su disposición de tal manera que remite a toda una larga tradición de poemarios que intentan describir el proceso de amor y, a la vez, su habilidad para desmarcarse de ellos en un final que reclama se reconozca su evidente originalidad al margen de posibles modelos. Así, presenta el sentimiento amoroso como una dinámica de premonición ( emocionante ese primer poema en que se habla del amor como un germen, una semilla cuya llegada se intuía pero a la vez se retardaba casi voluntariamente hasta lograr la madurez del corazón y el dominio sobre la palabra que pudieran hacerle justicia: Esperaba algún viento,/la voz mía,/para llegar más alto,/para decir más blanco/y no herir el silencio/con palabras de amor/que no nos contuvieran ), búsqueda (“Pasaporte biológico…”, que hace más emotivo el género lírico del “retrato” en tanto que no busca la definición de la propia identidad sino el ser indicio, huella para ser hallazgo en otro que se complementa con la simultánea búsqueda del ser amado que testimonia el siguiente poema), hallazgo (resulta conmovedor aquí como la autora reivindica su melancolía como el mejor aval para que el otro supere el miedo a hacerle daño que se ha convertido en freno para la unión: Dónde puede llevarte tu tristeza /que no se haya embarrado/antes mi corazón? Tómame de la mano. No le temo/a ninguna tiniebla en la que habites), intensificación y… cuando el lector espera la desolación peligrosamente convertida en tópico, la rendición casi obligatoria al “largo lamento” saliniano  tras ser voz debida a otro, (los guiños a Don Pedro no son caprichosos, no tanto porque la propia autora lo cite en la introducción a la segunda parte sino porque el estilo de todo el poemario demuestra una plena asimilación de las lecciones de esencialidad, precisión léxica, música a media voz y captación de la “esencia” sin necesidad de cascarilla brillante y ornamentos retóricos que nos regala toda su obra), encuentra, de manera sorpresiva y gozosa, tan sólo unos “atenuantes “ (término bien elegido que sugiere cierta elegancia y distancia irónica en el desconsuelo), versos que registran ausencias (Qué extraña sombra tuya/cuando te vas y queda/en tu lugar un cuerpo que te busca/hecho cántaro roto y sangre no vertida), culminan con un desiderativo (el magnífico Ojalá) que expresan la inseguridad, el miedo a perder (o tal vez, peor aún, a dejar de merecer) aquello que se ha amado, pero cuyo mensaje final parece no ser otro que la supervivencia de los amantes y su intensidad pasional entre el cerco de un mundo opresivo (Cómo así, tú y tu piel?/Cómo estos ojos tuyos, tu mirada, cuando todo en el mundo se ha perdido?). El título del libro, en principio desconcertante, parece remitir (y ya me comentará la autora si esa era su intención) a la idea de que estos estados evolutivos del sentimiento no se dan de forma lineal ni están radical(y temporal)mente separados los unos de los otros, sino que cada instante de la vivencia amorosa, cada hora (o cada 55 minutos) consiste en la sucesión simultánea de los mismos, un eterno retorno en el que se pasa, en una circularidad viciosa,  del anhelo a la consumación, y, en consecuencia y con plena sabiduría, los poemas están “desordenados”, dispuestos para sugerir una dinámica de avances y retrocesos, de la necesidad de encontrar el amor a su consumación erótica… y vuelta a la incertidumbre inicial y de esta de nuevo al “éxtasis… y así hasta el infinito. El proceso, podríamos decir “intermedio” ,de crecimiento progresivo del amor una vez que ambos amantes lo han desvelado, ocupa buena parte del libro y nos proporciona muchos de sus momentos más logrados: entre ellos, la delicadeza con que el amor filtra un eco de trascendencia entre la cotidianidad (Oler tu ducha, /oler tu desayuno/desde el hueco que dejas en la cama), la asunción voluntaria del sufrimiento precisamente para ser digno de liberarse de él (No he dicho que me quieras derrotada,/pero así habré de ser cuando llegue a ti) y quede siempre un poso de humildad y de conciencia de casi no merecimiento que de el amor su auténtica dimensión humana (Yo sé que me  dirás están abiertas/las puertas a que llamas/ mas yo me inclinaré con reverencia/otra vez, esta vez, la misma vez……estos versos, si no pusiera “Ana Ares” en la cubierta del libro, se los atribuiría sin pensar a Elizabeth Barrett), los momentos en que hasta  el mundo y sus fenómenos naturales (el estupendo poema sobre la lluvia) parecen convertirse en pretexto para nuevos ritos de unión, las ganas de enajenarse hasta convertir el amor en otra dimensión inalcanzable para la realidad, el “jardín cerrado” al que aspiran los místicos de vocación (Venzo la tentación/de llevarte conmigo a donde vaya,/de esconderte en el bolso, en un bolsillo,/donde pudiera solo acariciarte/sin saberlo los ojos de la gente)o la manera inadvertida, casi de “voayer” indecente, en que se cuela la otra pasión auténtica, la de la palabra, entre la celebración erótica (Cuando se enredan dos/que son como tú y como yo,/los dos poetas,/hay besos entre versos encubiertos,/y la guerra intestina de palabras/es un órgano más, enfebrecido), hasta que la autora pueda clamar, eufórica, que “han vuelto las palabras” y se poseen plenamente para dar testimonio de la plenitud que ha logrado (y no deja de hacer otra cosa hasta el final del poemario).  En fin, un verdadero hallazgo que, volviendo al juego del título, tal vez pueda leerse en tan sólo 55 minutos gracias a la espontaneidad, a esa “fácil dificultad” de los verdaderos poetas, los que ofrendan la hondura sin violentar el legítimo hedonismo del lector, pero cuya verdad, humana y poética, le queda retumbando al lector, sin traicionar la vocación de humildad de la autora (por ahí , en algún hueco oculto de esa nuestra víscera rectora y tantas veces tirana) de forma perpetua.


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