JESÚS F.ARELLANO: "Las pequeñas"

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Desde su misma, y posiblemente involuntaria ambigüedad genérica, mitad cuento, mitad tebeo, mitad “novela de iniciación” (ojo, no valen como referentes, por la espontaneidad y la falta de pretensiones con que escribe Jesús F.Arellano, ni los modelos hispánicos de la narrativa de personaje “alter ego” de Azorín o Baroja, ni menos aún el más rimbombante de las ínfulas intelectuales del “bildungsroman” de la tradición germánica pero sí ese tono de confidencia, de confidencia de un desconocido en la barra de un bar de JD. Salinger y otros clásicos de la narrativa norteamericana del S.XX) pero ante todo álbum de cromos sentimental (quizá esta es la definición más precisa, no sólo por la voluntad de su autor de desmarcarse de esa ansiedad de tantos por ser considerado artista sino por el papel central que ocupa la temática femenina en el imaginario de la cultura pop (Pérez Andújar cita muy acertadamente a The Beatles y se podría añadir a Bob Dylan y, en el mundo, hispánico a Fernando Márquez “El Zurdo”, que recogió todas estas esencias para dar forma a un disco tan inolvidable como “El eterno femenino”), esa “sensibilidad camp”, reformulación de los principios del futurismo en torno a las nuevas formas de ocio difundidas por los medios de comunicación de masas que, si no fuera porque carece de esa vena experimental decididamente hermética y en consecuencia elitista, podría ponerle en contacto con generaciones artísticas en las que, por edad, podría perfectamente integrarse, como la de los “Novísimos” poetas españoles) es este ya un libro del todo memorable. Con todo, hay mucho más que reseñar y que admirar entre sus páginas: lo logrado de ese tono falsamente “naif” (lección para tanto arte moderno que ha querido apropiarse de ese sentido de la esencialidad obviando el pequeño detalle de que la sencillez no puede entrar en contradicción con la hondura (si es que pretendemos hacer arte mínimamente auténtico…) ni ser una coartada para carencias técnicas o formativas) capaz de apuntar a temas esenciales desde la humildad de solo transmitir la incertidumbre que suscitan y no querer aparentar que se tiene vigor sentimental e intelectual para desvelarlos o el retrato de lo femenino como vía de acceso a una serie de valores (por ejemplo, la fascinación de lo enigmático y lo exótico en el protagonismo que alcanzan las chicas de origen extranjero o el afán transgresor contra el orden y el esnobismo cultural que representan chicas como Pili o la propia fascinación por lo prohibido del protagonista en episodios como “Cinco internas”) que le permitirán afirmar su identidad como disidente en un mundo que ya puede intuir frustrará buena parte de sus expectativas. Pero entre todas las evidentes virtudes del libro, yo me quedo sin duda alguna con el humor, que aporta no solo sus típicas atribuciones de espontaneidad, ironía, y, mejor aún, autoparodia, que lo convierten, como todos sabemos, en el “antioxidante” de la literatura (este libro no se ha hecho prematuramente viejo desde la época en que fue escrito y las cualidades citadas auguran su conservación en óptimas condiciones por otras tantas décadas) sino que además se convierte aquí en una insólita mecánica de redención: así, consigue deslizar una sonrisa compasiva sobre los “defectos coyunturales” de cada uno de los sexos (en los hombres, esa puerilidad permanente de aparentar fortaleza u ocultar la vulnerabilidad que supuestamente fascina a las mujeres y que da lugar a impulsos hilarantes como el de querer arrojarse como “espontáneo” a un ruedo taurino o convertirse en el líder de una camorra de misivas intimidatorias; en las mujeres esos arrebatos de ternura y protección maternal que pueden llevarse a un extremo de irracionalidad que los convierte directamente en irritantes, como le sucede al protagonista en “Cinco internas”) y, sin hacer crítica social ni política explícita, un mundo, el de la posguerra española y la dictadura, cerrado, opresivo, lleno de ojos acechantes de moral hipócrita en el que no es fácil  o directamente imposible crecer pero que queda difuminado por la convicción, llena de una inocencia que no se deja tentar por el desencanto,  de quien en está buscando en el arte, los afectos (los amigos, el amor) o la simple euforia de sentirse vivir y crearse a sí mismo, los propios cimientos de su supervivencia. Hace poco, hablando precisamente con Rubén de esta obra, definía a su padre como un “talento desaprovechado”. Me desdigo: frente a los aleccionamientos, (tan superficiales y, sobre todo, tan malintencionados…) que recibimos desde pequeños para rentabilizar nuestras virtudes,  es evidente ningún talento tiene por qué “aprovecharse”, basta con que reconforte al que lo tiene como una posesión íntima que lo consuela y lo protege de la perpetua agresión del mundo; si Jesús F.Arellano, insensible a las necesidades de sus potenciales lectores, no escribió más libros como el presente es, con total seguridad, porque, además de no necesitarlo, sabía (y aquí demuestra a cada paso lucidez de sobra para alcanzar certezas de esa hondura) que el arte es una presencia que pervive más  allá de cualquiera de sus supuestos actos de afirmación. 

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