LUIS MIGUEL RABANAL: "Tres inhalaciones"




Tres inhalaciones, tres calas en una escritura que apuntala su singularidad en el panorama lírico actual y, lo que es más importante, su calidad,  en la riqueza poliédrica de su estilo, un hermetismo que traza una escritura exigente y a la vez participativa para el lector a través de una expresión vocacionalmente imprecisa que abre el poema a la diversidad de lecturas e interpretaciones y una aceptación decidida del riesgo de la experimentación, un posicionamiento, casi más ético que estético, fundamentado .en la continua reinvención y el socavamiento de las propias certezas artísticas antes de que puedan convertirse en tópicas. 

 “Las luces largas” destaca por su intensidad de sugestión descriptiva,  el talento para la creación de una atmosfera de densa irrealidad dramática en que la naturaleza y la escenografía inquietante del nocturno introducen la recreación en la proximidad de una agonía y una muerte  que no se saben si son las del  poeta o, en cualquier caso, certeras máscaras de alteridad para ahondar en la propia. Y ese es precisamente su gran logro: la ambivalencia de perspectiva, cierta ambigüedad deliberada entre una distancia objetiva, una frialdad de análisis científico o policial, de mirada inmunizada o vuelta a la asepsia emocional en su contacto cotidiano con la atrocidad y una profundización íntima de monólogo de cadáver rulfiano (…podría ser tu cuerpo aferrado a los grilletes de mi cuerpo (…) /Creer lo ajeno/ como propio, sobrecogerse/en la prolongación/adversa…), trazando un bucle desquiciado en que se funden el peso de las ausencias, el miedo o el propio menosprecio y la conciencia de la derrota,  grietas  entre las que se va filtrando una serenidad que se dilata a medida que se hace patente el acecho de la nada (Morir no tiene por qué/ser diferente a pasar/ las aguas con cautela).

“Pequeña galería de poetas sin reloj” supone más que un sugestivo cambio, una amplificación de registro en que la irracionalidad que constituye el cimiento estilístico del autor conserva la heterodoxia, la fluidez creativa (y, mejor aún, libertina)de la imagen (especialmente patente en textos como “Gottfried Benn se saca un poema de la manga”) pero  integrándola en una estructura verbal de dicción menos hermética, más asequible, que tiene su valor fundamental en la ironía, un humor contaminado por cierto escepticismo y rendición al desencanto que, desde una perspectiva de deliberado distanciamiento impersonal más propia de un tratado enciclopédico que de un poemario, pone en pie un implacable muestrario de miserias consustanciales al “ser lírico” en que se entralazan la mordacidad contra la incompetencia vital, el infantilismo  que quiere disfrazarse de encanto naif o inocencia subsistente , el patetismo de pervertir la espontaneidad en favor de la pose (“Unica Zurn se entretiene con muñecas y trapos”), la complacencia del servilismo ante los “consagrados” (“Victoriano Crémer no se acuerda de mí”) , la falacia de su vocación subversiva, el solipsismo o la predisposición morbosa a la melancolía del poeta,  (“Efraín huerta se retracta de todo”, “Un tal Jaime Gil nos habla cada día”) a veces con un punto de goce lúdico en el autodesprecio que remite a Pessoa y al más cáustico de sus heterónimos (Álvaro de Campos, claro, quien podría haber firmado un texto como “Philip Sopault se deja asustar por poco”, poema excelente por su mirada incisiva y desmitificadora contra tópicos sobre la percepción del poeta por parte del “profano” en el mundo literario como el miedo al “acecho apocalíptico” que parece presagiar labor tan poco respetable y enemiga de la sensatez del  o su búsqueda patológica de la excentricidad en una continua huida de la mediocridad que se considera definitoria del hombre común.)

“Un poema de amor” resulta ya escalofriante desde la ironía trágica de su propio título, no elegido con cinismo sino desde el desencanto aún peor que constituye la certeza de la imposibilidad de la comunicación y la negación de un espacio de afectividad inocente y depurada del miedo en que pudiera asentarse la vida. Y aquí nuevamente nos fascina la versatilidad de registros, el énfasis en la potencialidad expresiva del lenguaje por medio de una palabra de arista dura, bronca, de dramática y sucia inmediatez frente a la cadencia lírica con que se sugiere una vivencia amorosa que pertenece a la literatura y no a una realidad humana donde no es transplantable su idealismo pero que la sentencia como el error más humanamente justificable a causa de la imposición de la soledad (ha ocurrido porque la realidad la desgracia/escuece asentirla nos impone soñar/con un tiempo más fértil/en disculpas más dulce que nuestro candor/al sonreír abrazados como las pequeñas/que no confían en jamás jamás/escribir con sus dedos manzanas sorbetes). Víctima y verdugo alternan sus voces, tejen una confusión perturbadora que alientan el terror de una (me dan ganas de marchar me dan/ganas de tirarme a los coches/me dan ganas de coger el cuchillo/clavarlo en tu boca por favor no lo hagas abriré así las piernas) y la atrocidad del otro sincopada por la honestidad del reconocimiento de la culpa y su tentativa de expiación en la lucidez sobre la propia debilidad(no me veas con odio/no soy ruin como insinúan afuera/me mortifican tus ojos si miras a alguien) para ir trenzando una corroboración lenta y progresivamente agónica de cualquier probabilidad de redención en lo erótico (y el amor que destruye/lo que sabía acertar aquel rostro/incapaz de abordarse en la incipiente serenidad/al salir a la glorieta de los ajenos no es extraño/comprobar que el deseo se enfrenta al deseo/de alguien que estorba), que queda sellada en la efectividad lapidaria de las últimas líneas (pégame duro da igual/ya no siento nada debo de estar muerta), cruda evidencia de que el dolor solo remite en el instante simultáneo en que culmina la rendición de la vida que ha asolado.


En definitiva, tres partes de factura dispar pero semejante en su coherencia y su apuesta por la radicalidad, que conforman el testimonio de resistencia de una escritura arriesgada, necesaria en un momento histórico y literario en que la palabra se precipita al desgaste,  a esa monocordia de su domesticación por el  pensamiento estándar que la implacable precisión  del maestro Valente llamaba arte de la poesía ejercido a deshora como una compraventa de ruidos usados

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