Pocos motivos objetivos puede haber para justificar el
desapego que recibió esta novela por parte de la crítica (la única “maltratada”
de su autora, hecho que quizá tuvo el efecto aún más negativo de que, junto a
los graves problemas de salud que sufrió en aquellos años, Carson no volviera a
publicar otra entrega narrativa hasta su prematura muerte en 1967) y aun de su
propia autora (no sabemos si autónomo o incitado por la opinión de los demás),
que apenas sí se refiere a ella en su autobiografía Iluminación y fulgor.
Quizá McCullers cometió el error “táctico” de utilizar un planteamiento muy
similar al de la ya canonizada como clásico El corazón es un cazador
solitario para una obra que tenía obviamente una calidad inferior,
predisponiéndose a juicios de “autoplagio” y agotamiento de su propia
originalidad, si bien son reconocibles
en ella todas y cada una de las virtudes, tanto para el análisis psicológico
como social y político, que la convirtieron en nombre de referencia para su
generación. Ambientada nuevamente en el Sur estadounidense, el centro emocional
de la novela es uno de los mejores personajes jamás trazados por McCullers: el
anciano juez Fox Clane, encarnación de los principios más reaccionarios del
viejo sur clasista y jerárquico que sigue teniendo en la marginación racial su
seña de identidad y alimentándose de un resentimiento histórico por la derrota
ante los compatriotas norteños que le lleva a todo tipo de proyectos absurdos y
descabellados, como los intentos de restauración de la antigua moneda sureña
anterior al conflicto o su reivindicación de que su tierra reciba
compensaciones económicas por los destrozos de la guerra y la abolición de la
esclavitud. Es parte esencial de la genialidad de la escritora el que sea un
carácter que incita tanto a la repulsa como a la empatía emocional gracias a su
ahondamiento en un drama sentimental cimentado en el desgarro por su temprana
viudedad y sobre todo por la muerte de su hijo Johnny que se le había
enfrentado defendiendo los derechos de un negro falsamente acusado de asesinato
en un juicio y cuyo fracaso le lleva a un suicidio que el viejo Clane no puede
sino interpretar casi como un acto de revancha hacia él. La oposición liberal a este Sur
desgraciadamente no tan caduco y declinante en tiempos de McCullers la
representa su nieto Jester, joven cuya ambigüedad irá orientándose hacia una no reconocida y
traumática homosexualidad (que deja algunas de esas escenas maravillosamente
excéntricas y provocadoras de McCullers, como aquella en que, tras ser
humillado por Sherman, desahoga su frustración perdiendo la virginidad en un
burdel) tras conocer a Sherman Pew y que poco a poco irá ganando coraje para
enfrentarse al conservadurismo del abuelo que lo crió como a un padre e ir
implicándose en la causa social contra el racismo (sobre todo tras el
sentimiento de culpa tras una vivencia en que se inculpa de la muerte por
brutalidad policial de un negro al que
perseguía por la calle por haberle robado) hasta que el conocimiento de la
historia de su padre le incite definitivamente a convertirse en abogado e
intentar triunfar donde aquel firmó la rendición. Sherman Pew es otro magnífico
carácter, adolescente negro de ojos azules, hijo de negro y de mujer blanca y
quizá por ello con una compleja relación con la raza negra en la que alternan
la indignación por las injusticias con cierta sensación de superioridad no
reconocida, capaz de toda la dureza emocional de los criados en la calle y
entregados a la supervivencia (sobre todo en su manera vejatoria de tratar a
Jester, una vez que intuya sus sentimientos y la posición de superioridad que
le otorgan respecto a él) pero también de una conmovedora ingenuidad,
perceptible en la inocencia con que se entrega a la ensoñación de que su madre
pueda haber sido una gran dama de la música negra a causa de su voz
privilegiada. Junto al complejo entramado emocional que componen estos
personajes (el juez contrata a Sherman como criado personal y le tributa un
trato significativamente más humano que al resto de sus sirvientes por motivos
de mala conciencia que se revelarán al final), McCullers añade el personaje del
farmaceútico J.T. Malone, sentenciado a muerte por una leucemia, hecho que le
llevará a la corroboración de una certeza mucho más atroz que la propia muerte,
como es la revelación de la inanidad de su existencia, vencida en el fracaso de
sus aspiraciones como médico, la rutina laboral, el sometimiento a unos ideales
que ha asumido sin pensar y un matrimonio lleno de desamor y vacío emocional.
El final de la obra (que por delicadeza no os cuento, por si a alguien le da por leerla novela), como corresponde oportunamente a una novela de “cierre” de
una producción literaria, vale como síntesis de toda la obra de McCullers,
fusión del desgarro trágico de El corazón es un cazador solitario o Reflejos
en un ojo dorado con la, siempre tímida y llena de incertidumbres, apertura
a la esperanza de Frankie y la boda. En fin, tal vez no sea la
mejor obra de McCullers, la de planteamiento y desarrollo más tópico y
previsible y hasta una versión más descafeinada de lo mejor de sí misma pero el
hecho de que esta sea la única novela que me quedaba de leer de ella y que
nunca habrá más para seguir disfrutándola a mí no me suscita sino ganas de
llorar.
2 comentarios:
Es la primera novela que leo de la autora y me ha impresionado especialmente por su profundidad en el análisi de los peronajes. Si esta novela es 'una versión descafeinada de sí misma' no me perdonaré hasta leer el resto.
Eso de la "versión descafeinada" es solo una apreciacion subjetiva, jugando con el desapego que la propia Carson pareció siempre mostrarle; la obra es de mucha, muchísima entidad. Eso sí, si te ha gustado, no te pierdas "El corazón es un cazador solitario", "Frankie y la boda" o "La balada del café triste". Ojalá me quedará mas obra suya por descubrir... y ojalá ella hubiera vivido los años suficientes para escribir más.
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