No decepciona en
absoluto este libro de culto de las letras catalanas (que debía, si es que no
lo es ya, de serlo entre las peninsulares en conjunto) que muestra una vez más
la fascinante capacidad de estos escritores de poner un pie en la pura
vanguardia narrativa y otro en el realismo decimonónico de factura más
exquisita. Villalonga fue un personaje peculiar, amigo de Cela (autor del
prólogo), médico psiquiatra de profesión (son muy frecuentes los caracteres que
caen, de forma más o menos intensa, en la enfermedad mental), gran animador de
tertulias literarias, articulista en prensa, conservador pero a la vez
enemistado con el falangismo más rancio y autor de una amplia obra narrativa
que merece ser leída casi en su totalidad (muy atrayentes títulos como Muerte
de una dama o Falsas memorias de Salvador Orlán) que en su día pasó
totalmente inadvertida, al margen de su entorno mallorquín, quizá porque su
manera de entender la narrativa resultaba anacrónica en unos años en que los
escritores españoles intentaban demostrar que eran capaces al tanto de las
novedades formales de la literatura europea o norteamericana (muy
significativamente, la edición del Nadal al que Villalonga presentó esta novela
la ganó El Jarama de Sánchez Ferlosio).
Utilizando la
vieja técnica epistolar (el relato es una carta remitida al secretario de un
cardenal tras la muerte de los señores Bearn) y la perspectiva del capellán
Juan Mayol, que introduce en la narración su visión del mundo pacata y
conservadora pero también una espiritualidad peculiar llena de claroscuros (su
origen en un oscuro episodio del pasado, la muerte de otro protegido del señor
de Bearn en que tuvieron parte sus celos, la imparable fascinación erótica por
Xima) y una fascinación por una figura aristocrática cuya inmoralidad y
espíritu independiente le crea repulsa y admiración a partes iguales, la novela
triunfa como relato excepcional del modo de ser aristocrático en el inolvidable
personaje de Antonio o “Tonet” Bearn: su mezcla de posicionamientos sociales y
políticos conservadores con la inmoralidad y libertinaje que se le presupone al
autentico noble, muy honesto por negarse a aplicar la ley del embudo (muy
significativo el pasaje en el que defiende el derecho del pueblo a celebrar el
carnaval y tener momentos de disipación carnal como actos de liberación que
contribuyen a redondear el orden jerárquico frente a los curas timoratos) y el
único, por preocupación intelectual,
(muy significativas sus lecturas de autores liberales y su afición a los
inventos y la tecnología, que le granjean su divertida reputación de hombre
“satánico”) en ser consciente de pertenecer a un modo en rápido proceso de
extinción, con una conciencia más aguda que la del conde protagonista de El
gatopardo de Lampedusa, la novela con la que tantas veces se relacionó a
esta (las semejanzas son superficiales, si profundimos en el sentido de ambas
no son tantas) y que el propio Vilallonga tradujo al catalán. Durante su
juventud, Don Antonio vive su peculiar momento de inmoralidad y transgresión social
bajo la invocación del Fausto de Goethe (símbolo, ante todo, del
inconformismo ante los límites de la vida) con su fuga a Paris, donde mantiene
una relación carnal incestuosa con su sobrina Xima, aparente femme fatale
cuyo arribismo económico y sexual se va revelando más fruto de la ingenuidad
que de la ambición propiamente dicha. Tras conseguir el perdón de su esposa, la
más plana e insugerente Maria Antonia, encarnación de la virtud y la dignidad
aristocrática y evitar un nuevo intento de seducción de Xima que su conciencia
de vejez ya no puede aceptar, Tonet
firma su rendición aceptando la vuelta al orden conyugal y la quema de sus
libros “heréticos” para conseguir la tranquilidad de ánimo necesario para
componer su última empresa intelectual: unas memorias que dejarán testimonio
del mundo que está a punto de morir con él. Antes del desenlace, Villalonga nos
regala múltiples muestras de su talento para la ambientación política
(impecablemente captado el entorno de incertidumbres de la Europa posterior a
Napoleón e inmediatamente anterior a los totalitarismos) y espacial, con las
estampas de los viajes a París, donde la nunca confesada pasión de Juan Mayor
por Xima alcanza extremos patológicos y Roma, donde Don Antonio conversa con
uno de los pocos papas a los que realmente puede respetar por su perfil
intelectual. Es la antesala del desenlace trágico... que aquí no os revelo y que sólo tiene quizá la
única pega de la obra sea que el autor quizá saca juego de un elemento
sugerente (todo el enigma relativo en torno a la "sala de muñecas")respecto al que el lector se había creado más expectativas. Pero ni
eso es un problema: por suerte Merçé Rodoreda completó admirablemente el
trabajo en su relato de homenaje a Villalonga, una pieza maestra de la
literatura de misterio.
1 comentarios:
Villalonga en un ejemplar Bruguera de segunda mano. Fue un descubrimiento al que siguieron Bearn y sus cuentos. En su tiempo, la película de Chávarri fue un éxito. A veces buscamos fuera lo que hay dentro
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