Si faltaran en este libro poemas de sustancia, logros
redondos por su emoción y uso limpio del lenguaje (que no es el caso), creo que
sería igualmente memorable por su simple movimiento estructural, su disposición
de tal manera que remite a toda una larga tradición de poemarios que intentan
describir el proceso de amor y, a la vez, su habilidad para desmarcarse de
ellos en un final que reclama se reconozca su evidente originalidad al margen
de posibles modelos. Así, presenta el sentimiento amoroso como una dinámica de
premonición ( emocionante ese primer poema en que se habla del amor como un
germen, una semilla cuya llegada se intuía pero a la vez se retardaba casi
voluntariamente hasta lograr la madurez del corazón y el dominio sobre la
palabra que pudieran hacerle justicia:
Esperaba algún viento,/la voz mía,/para llegar más alto,/para decir más
blanco/y no herir el silencio/con palabras de amor/que no nos contuvieran ),
búsqueda (“Pasaporte biológico…”, que hace más emotivo el género lírico del “retrato”
en tanto que no busca la definición de la propia identidad sino el ser indicio,
huella para ser hallazgo en otro que se complementa con la simultánea búsqueda
del ser amado que testimonia el siguiente poema), hallazgo (resulta conmovedor
aquí como la autora reivindica su melancolía como el mejor aval para que el
otro supere el miedo a hacerle daño que se ha convertido en freno para la
unión: Dónde puede llevarte tu tristeza /que
no se haya embarrado/antes mi corazón? Tómame de la mano. No le temo/a ninguna
tiniebla en la que habites), intensificación y… cuando el lector espera la
desolación peligrosamente convertida en tópico, la rendición casi obligatoria
al “largo lamento” saliniano tras ser voz
debida a otro, (los guiños a Don Pedro no son caprichosos, no tanto porque la
propia autora lo cite en la introducción a la segunda parte sino porque el
estilo de todo el poemario demuestra una plena asimilación de las lecciones de
esencialidad, precisión léxica, música a media voz y captación de la “esencia”
sin necesidad de cascarilla brillante y ornamentos retóricos que nos regala
toda su obra), encuentra, de manera sorpresiva y gozosa, tan sólo unos “atenuantes
“ (término bien elegido que sugiere cierta elegancia y distancia irónica en el
desconsuelo), versos que registran ausencias (Qué extraña sombra tuya/cuando te vas y queda/en tu lugar un cuerpo que
te busca/hecho cántaro roto y sangre no vertida), culminan con un
desiderativo (el magnífico Ojalá) que
expresan la inseguridad, el miedo a perder (o tal vez, peor aún, a dejar de
merecer) aquello que se ha amado, pero cuyo mensaje final parece no ser otro que
la supervivencia de los amantes y su intensidad pasional entre el cerco de un
mundo opresivo (Cómo así, tú y tu
piel?/Cómo estos ojos tuyos, tu mirada, cuando todo en el mundo se ha
perdido?). El título del libro, en principio desconcertante, parece remitir
(y ya me comentará la autora si esa era su intención) a la idea de que estos
estados evolutivos del sentimiento no se dan de forma lineal ni están radical(y
temporal)mente separados los unos de los otros, sino que cada instante de la
vivencia amorosa, cada hora (o cada 55 minutos) consiste en la sucesión simultánea
de los mismos, un eterno retorno en el que se pasa, en una circularidad
viciosa, del anhelo a la consumación, y,
en consecuencia y con plena sabiduría, los poemas están “desordenados”, dispuestos
para sugerir una dinámica de avances y retrocesos, de la necesidad de encontrar
el amor a su consumación erótica… y vuelta a la incertidumbre inicial y de esta
de nuevo al “éxtasis… y así hasta el infinito. El proceso, podríamos decir “intermedio”
,de crecimiento progresivo del amor una vez que ambos amantes lo han desvelado,
ocupa buena parte del libro y nos proporciona muchos de sus momentos más
logrados: entre ellos, la delicadeza con que el amor filtra un eco de
trascendencia entre la cotidianidad (Oler
tu ducha, /oler tu desayuno/desde el hueco que dejas en la cama), la
asunción voluntaria del sufrimiento precisamente para ser digno de liberarse de
él (No he dicho que me quieras
derrotada,/pero así habré de ser cuando llegue a ti) y quede siempre un
poso de humildad y de conciencia de casi no merecimiento que de el amor su
auténtica dimensión humana (Yo sé que
me dirás están abiertas/las puertas a
que llamas/ mas yo me inclinaré con reverencia/otra vez, esta vez, la misma vez……estos
versos, si no pusiera “Ana Ares” en la cubierta del libro, se los atribuiría
sin pensar a Elizabeth Barrett), los momentos en que hasta el mundo y sus fenómenos naturales (el
estupendo poema sobre la lluvia) parecen convertirse en pretexto para nuevos
ritos de unión, las ganas de enajenarse hasta convertir el amor en otra
dimensión inalcanzable para la realidad, el “jardín cerrado” al que aspiran los
místicos de vocación (Venzo la
tentación/de llevarte conmigo a donde vaya,/de esconderte en el bolso, en un
bolsillo,/donde pudiera solo acariciarte/sin saberlo los ojos de la gente)o
la manera inadvertida, casi de “voayer” indecente, en que se cuela la otra
pasión auténtica, la de la palabra, entre la celebración erótica (Cuando se enredan dos/que son como tú y como
yo,/los dos poetas,/hay besos entre versos encubiertos,/y la guerra intestina
de palabras/es un órgano más, enfebrecido), hasta que la autora pueda
clamar, eufórica, que “han vuelto las
palabras” y se poseen plenamente para dar testimonio de la plenitud que ha
logrado (y no deja de hacer otra cosa hasta el final del poemario). En fin, un verdadero hallazgo que, volviendo
al juego del título, tal vez pueda leerse en tan sólo 55 minutos gracias a la
espontaneidad, a esa “fácil dificultad” de los verdaderos poetas, los que
ofrendan la hondura sin violentar el legítimo hedonismo del lector, pero cuya
verdad, humana y poética, le queda retumbando al lector, sin traicionar la
vocación de humildad de la autora (por ahí , en algún hueco oculto de esa
nuestra víscera rectora y tantas veces tirana) de forma perpetua.
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