Por fin conozco a esta
extraordinaria mujer de las letras hispanoamericanas que, además de con una
obra poética directamente conmovedora, fascina con su perfil humano de renovada
y mejorada versión de otros nombres femeninos del cono sur como Clorinda Matto
de Turner: hija díscola de una familia adinerada burguesa que se reveló contra
el papel estándar y plano reservado a la mujer con una honda formación
intelectual (fue una celebridad como profesora universitaria, conferenciante,
directora de instituciones culturales, una de las pioneras del feminismo
hispanoamericano sobre todo en su obra ensayística y finalmente embajadora en
Israel, donde encontró la muerte de forma prematura y absurda en un accidente
doméstico) y una vena reivindicativa que le llevó a practicar la novela social
y hasta a despojarse de su herencia y sus tierras para devolvérselas a sus
legítimos dueños indígenas, amén de superviviente de todo tipo de naufragios
personales (un matrimonio de desamor y anulación que, a diferencia del de Ajmátova,
al menos no consiguió vaciarla como poeta sino todo lo contrario o la muerte
del hermano varón y predilecto de sus padres que le llevó incluso al
sentimiento de culpa por haberle sobrevivido). Quien no fuera capaz de
emocionarse (básicamente porque tenga corazón de perro) con el contenido de una
poesía “desgarrada”, “impúdica”, como la califica acertadamente Amalia Bautista
(la única pega que se le puede plantear a esta antología de Renacimiento
prologada y seleccionada por ella es quizá el título, extraído de uno de sus
poemas: “juegos de inteligencia” quizá no es la expresión más apropiada para
sintetizar a una poeta que, sin negar las virtudes de su intelecto, está claro
que se hizo grande más por razones de vísceras que de cerebro) tendría necesariamente
que rendirse a su lenguaje, expresivo, rotundo, lleno de una impetuosidad
lírica que puntualmente no puede sino resultar excesiva pero de una enorme
calidad y, además, con la capacidad de renovarse y hacerse progresivamente
novedosa y original desarrollando nuevos tonos y registros apuntados de forma
más embrionaria en sus primeros libros. El juvenil Apuntes para una
declaración de fé (1948) sorprende ya por su impresionante texto titular, extenso poema en
el que expresa la nostalgia por un estado primitivo y natural de la existencia
que, tras el simbólico pecado edénico, se convierte en degradación y angustia
vital (impresionantes los versos dedicados al suicidio) fácilmente conectable
con la inanidad de la vida moderna y las atrocidades de cuño social y político
hasta una inesperada restauración de lo paradisíaco original al que se llega
por la fascinación de la naturaleza de la selva que como nacida en Chiapas
conocía tan bien. Trayectoria del polvo (1948) conduce su consumada
intensidad verbal tanta a la desesperación como a tonos más eufóricos (el poema
sobre la adolescencia) y en De la vigilia estéril (1950) podemos
encontrar esa habilidad para el rotundo y desolador epitafio existencial (Origen será el primero de tantos
posteriores como Retorno) o para una
melancolía amorosa más tenue (Distancia
del amigo). Dentro de lo poco que deja entrever una antología tan escasa
como la presente, su producción de los años 50 (libros como El rescate del
mundo o Poemas 1953-1955) resulta un tanto apagada, pero a partir de
Al pie de la letra (1959) recobra su mejor tono en poemas de cierto
aliento metafísico: Diálogo del sabio y
su discípulo, que previene sobre los peligros del “yo” (al contrario de lo
que parece transmitir en Piedra,
donde la mirada individual se convierte en elemento redentor) para cantar el
encuentro con los demás pese una conversión del mismo en sufrimiento que se
corrobora en El otro. En Lívida
luz (1960) manda el desgarro narrado con la citada concisión epigramática (El día inútil) o una entrega
desconsolada a la imposibilidad de amar (El
despojo, el impresionante Jornada de
la soltera) que aspira a desdecirse con rabia en poemas como Presencia. Materia memorable
(1969),se puede considerar en buena medida un libro de transición hacia una renovación
de su lírica que no era necesaria puesto que no daba síntomas de agotamiento
pero que no deja de antojarse valiosa y sugestiva: poemas sorprendentes
inspirados en elementos de la cotidianidad (Sobremesa,
Nota roja o El recital, que funde
la ironía sobre el mundo poético con versos más perturbadores sobre la
incapacidad de comunicarse a causa de la alienación) abren el camino a lo que
confirma En la tierra de en medio (1969): un acercamiento de la palabra
a registros más coloquiales, a un prosaísmo sabio y elaborado y un dominio de
la ironía y el sentido del humor que, por no prescindir de la calidad formal
anteriormente mostrada, la pone a la altura de los mejores logros de la
generación prodigiosa de Sabines, Pacheco o Lizalde. Junto a algunas de las
mejores muescas de su drama amoroso (Elegía,
Desamor), Autorretrato, por
inteligencia incisiva y talento para la desmitificación personal pasa a
formar parte de los mejores logros de este peculiar género (o subgénero, si así
quiere) poético y aún tiene tiempo de “escandalizar” a las mentes pacatas
desvirtuando los tópicos de la maternidad como consumación femenina (Se habla de Gabriel, que bien podría ser
el “anti-poema” dedicado al hijo) o los tópicos de una educación basada en una
mitificación del orden y racionalidad que desbaratan los traumas íntimos (Economía doméstica) o una bondad mal
entendida que crea remordimiento por degenerar en falta de identidad propia y
coraje para enfrentarse a la injusticia que no puede sino devenir en un
estoicismo derrotado como única salida (los
buenos no son inquisitivos… nos recuerda en el extraordinario Lecciones de cosas), amén de
desengañarse del poder redentor de la escritura (Entrevista de prensa) porque la
palabra tiene una virtud:/si es exacta es letal/como lo es un guante envenenado.
Una senda similar, en tono y logros, siguen los últimos poemas de la autora,
integrantes no ya de títulos individuales sino de compilaciones como Poesía
no eres tú (1972) en textos como Mutilaciones, Pasaporte (otro logro pleno de su capacidad
para la autoironía) Meditación en el
umbral, deliciosa reflexión sobre la necesidad de realizarse al margen de
las actitudes marcadas por los grandes referentes, ficticios o reales, de la
literatura femenina o Kinsey report
que alude al potencial transgresor de las encuestas del famoso experto en
sexualidad aportando brutales testimonios de mujeres tan dispares como
adolescentes idealistas, lesbianas, casadas insatisfechas o solteras entregadas
al desenfreno o el encierro virginal. En fin, de cabeza al Olimpo de mis diosas
poéticas, bien cerquita de Emily Dickinson o Wislawa Szymborska (con la que la
unen tantas cosas, especialmente en sus últimos poemas) y en marcha una
recogida de firmas acuciante para exigir unas obras completas, otra de las
renuncias que nos ha impuesto el enanismo cultural patrio.
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