Aparte del placer de conocer por fin a esta excelente
narradora de origen argentino afincada en España, de amplio predicamento entre
la crítica (Ángel Luján me ha recomendado sus Trastornos literarios, un
conjunto de microrelatos que ironizan sobre las patologías literarias y a la
vez ejemplifican las diferentes figuras retóricas…quién sabe, quizá me serviría
para clase), es reconfortante encontrar una novela en que las referencias
literarias no son un puro farol: durante el desarrollo de una trama apasionante
se citan a Patricia Higsmith y su “Extraños en un tren” y al clásico “Crimen y
castigo” de Dostoievski. Bingo: he aquí un libro con lo mejor del thriller
intrigante con calado ético y moral a lo Higsmith y la temática ,no solo
“dostoievskana” sino de la mujer literatura rusa en general, de la redención y
la culpa final e insólitamente enriquecida por la intervención del azar. Enzo,
el protagonista de la novela, hombre solitario, mujeriego, que ha afrontado su
existencia con una evidente frivolidad (como delata el hecho de que donara su
semen para que una mujer lesbiana casi desconocida, a la que conoce por asuntos
de trabajo, pueda ser madre junto a su pareja) justo nada más conocer su
sentencia de muerte prematura por una enfermedad deberá enfrentarse a una
angustia aún mayor que la de la desaparición: la de verse abocado a un acto
capaz de desbaratar toda la integridad de su existencia, a resultas de la
“deuda” contraída con Víctor, emblema del hombre sin escrúpulos cuyas
relaciones humanas y sentimentales (especialmente su matrimonio con Rosa, cuyo
destino final queda en el aire después de que esta intuya ciertas “sombras” en
el pasado de su marido) se reducen a contrato y cálculo y para los que las
emociones auténticas son un incomodo pragmático, quien le salvó de una muerte
absurda en su juventud. El pago no puede ser más cruel: que Enzo le quite de
encima, aprovechándose de su inminente muerte y la impunidad de que ella le
reviste, una vergüenza del pasado, una mujer a la que violó en su juventud que
se cierne como el único ángulo de sombra capaz de perturbar una carrera de
éxito económico y social; atrocidad que el agonizante comete no sin reservarse
la mínima posibilidad de redención de una carta dirigida a su hija biológica,
Berta ,quien, ya adulta, heredará el remordimiento paterno y la necesidad de
perdón por medio del encargo de hacer llegar sus “disculpas” al hijo de la
fallecida. La autora tensa magníficamente la intriga sobre el contenido de esta
carta fatídica y cómo el personaje de Berta la va asumiendo progresivamente
como un elemento que perturbará a perpetuidad su existencia, como delata en el
aire de ceremonia (la compra de un antiguo abrecartas para abrir el sobre, tras
días de debate íntimo sobre si hacerlo o no, similar al mantenido por sus
“madres” durante los años en que se vieron obligadas a custodiarlo) del que
rodea su lectura y que le va haciendo asumir la presencia del padre muerto e
inexistente a través de un vínculo tan indestructible como la culpa. Company
resuelve magistralmente una trama que ya había conseguido convertir en
apasionante por medio de la introducción del elemento de azar que sirve para
relativizar nuestra creencia de que la vida puede ser dirigida por medio de
actos de voluntad y decisiones morales.... pero esto no os lo cuento. En fin, una excelente novela,
rusa, americana y “greeniana” que no puede sino sumar a su autora a mi agenda de
lectura personal.
José Moreno Villa: "La música que llevaba"
La Generación
del 27 (pues en ella se debe incluir a este autor, por afinidades personales y
poéticas con este grupo, sólo unos años mayor que el poeta senior, Pedro
Salinas) sigue deparando sorpresas que animan a revisitar su canon para
descubrir que sus poetas menores no lo son en absoluto, salvo en la comparación
con la talla desmesurada de los clásicos de la época. Moreno Villa, más pintor
y dibujante que poeta, tiene una obra estimulante y variada que atraviesa todos
los hitos líricos de su momento histórico desde la poesía pura y el
neopopularismo a la poesía del exilio, pasando por el talento extraordinario de
sus libros vanguardistas.
Su primer libro,
Garba (1913) da ya muchas pistas sobre sus próximas líneas de evolución:
los poemas sobre el mar, sobre el que se vuelcan anhelos espirituales (Grandeza)
anuncian al Juan Ramón Jiménez de Diario de un poeta recién casado y
forman parte de una línea de observación trascendente de la naturaleza (Fuego),
a menudo perturbada por la violencia y la crueldad del hombre (Hombrada, En
la serranía, que debió ser fuente directa para el Romance de la guardia
civil de García Lorca) e incluye ya muestras de un neopopularismo
especialmente afectivo (Reconocimiento). Tras el aburrido El pasajero
(1914), Luchas de penas y alegría (1915) resulta un libro sumamente
original, con el planteamiento de la pena y alegría como dos sentimientos
personificados en mujeres entre los que el poeta oscila, cantando a la
incapacidad de liberarse de la melancolía (III,XVII), despreciándola en una
peculiar canción de alba (VI), invocando a la presencia salvadora de la alegría
(V, VII, X), traicionándola por el regodeo en su tristeza esencial (XV) o
defendiendo la complementariedad y existencia simultánea de ambas (XIII). Colección
(1924) es una obra de transición en la que destacan algunos epitafios y poemas
ligados a un sentimiento elegíaco o una intensa tristeza (Extrañeza,
Testigo, Congoja).
Jacinta la
pelirroja (1929),
ligado a su entrega apasionada al arte vanguardista en aquellos años, es su
obra maestra y parte de esa tradición de libros “marcianos” del 27 que incluye Cal
y canto de Alberti o La flor de Californía de Hinojosa. Escrito como
cura de una dura relación sentimental con una norteamericana que acabó en
fracaso, compone un peculiar cancionero petrarquista llena de
referencias a la modernidad (la literatura europea, la música jazz, la
política) con toques de irracionalidad y un dominio admirable de la ironía.
Entre otros muchos destacan Comiendo nueces y naranjas donde lo anecdótico de la relación (tema esencial
del libro) apunta a una poesía existencial sobre la juventud y su degradación, Al
pueblo sí, pero contigo o Jacinta se cree española donde parece
homenajear e ironizar a la vez sobre su vena folklórica y populista, textos de
un escepticismo vital a caballo entre el desenfado y una leve melancolía (Observaciones
con Jacinta, Jacinta empieza no comprender… Sí…pero/debajo de los muebles,
detrás de las cortinas/en el fondo del baño, sobre el lino nupcial/kilómetros,
millas de aburrimiento) o Israel, Jacinta lúcida exposición del
problema semita a pocos años de los totalitarismos europeos. La segunda sección
del libro, de una poesía más herméticamente vanguardista que intenta llevar a
la literatura técnicas de su adorado cubismo, pierde parte de su encanto, salvo
excepciones como el imaginativo D. Por desgracia es esta la línea que se
impone en su siguiente libro, Carambas (1931) y en Puentes que no
acaban (1933), salvando la brillante exposición de conciencia cosmopolita
de ¿Por qué el mundo no es mi patria?. Vuelve, sin embargo, a ser
brillante el por desgracia poco representado Salón sin muros (1936),
sobre todo en su poema titular, un poema donde reflexiona sobre la soledad y su
desdichada vida sentimental en un tono logradísimo de coloquilismo y nuevo
dominio maestro de la ironía. El inicio de la guerra supone la obligatoria
contribución a la lírica comprometida con los Romances de la guerra civil
(1937), una prueba del que sale airoso el poeta con textos que saben eludir lo
panfletario y conseguir una enorme expresividad dramática tras la que apunta la
guerra como absurdo: ahí están las descripciones espeluznantes de Madrid,
frente de lucha, el retrato del miliciano, entre el desarraigo y la fe en
unos ideales, de El hombre del momento, el manifiesto de literatura
comprometida de Frente (Ya no valen literaturas;/este el frente duro
y seco) y los tonos casi apocalípticos de Terrores y El avión
nocturno (Ven y hunde, destroza y quema/salgan cunas por las
ventanas/rueden ancianos impedidos/hasta la calzada).
Poemas escritos
en América
(1947) sintetiza la producción de sus años de exilio en México, donde llegó
recogido por Genaro Estrada, con cuya mujer acabará casándose tras su muerte.
Junto a poemas experimentales como ¡Porteros¡, que mezcla el alejandrino
clásico para fundir el domino de la espontaneidad coloquial con la soledad, la
fe en el arte o la esperanza perenne en un cambio de suerte, el tema esencial
es el de la paternidad, a raíz del nacimiento de un hijo ya en edad madura que
Moreno Villa relaciona con un pulso personal contra el tiempo (Coloquio
paternal, A mi hijo). Surgen también el dolor del exilio (Aquí estoy),
la fascinación por lo popular (Lavanderas), un impetuoso erotismo (Cuerpo),
una observación de la naturaleza para volcar anhelos de totalidad (Aire)
, una imaginación desbordante (Parque selvático) o su independencia y
superioridad sobre la condición humana (No es por nosotros). La
apasionada entrega a la escritura como forma de salvación (Para desviarte)
no evita un dramatismo de tono irracional donde el autor encuentra sus mejores
versos, como en En hora fea, La cara completa o posiblemente el mejor,
el perturbador e insólito Las esquinas (porque la ciudad es un congreso
de esquinas…). Los poemas sobre la asimilación de la cultura y la mitología
del país de adopción (Canciones a Xochipili) son interesantes pero más
puramente anecdóticos. Finalmente, Poemas finales es un añadido del
editor Juan Cano Ballesta (excelente trabajo el suyo, con un ensayo lúcido y
esclarecedor sobre su biografía y cada paso evolutivo de su producción lírica)
que incluye poemas escritos entre la publicación de la antología en 1947 (a la
que se nombra con un verso de San Juan de la Cruz) y la muerte del poeta en
1955, donde tienen un papel fundamental la cada vez más creciente añoranza por
el país y la juventud perdidos (Carta de un desterrado, Hacia la casa
dormida), la suplantación de la naturaleza por un entorno urbano opresivo (Ansia
de campo) y una joya final como Ya me cansó la imagen del invierno,
uno de sus “falsos sonetos” donde destroza el tópico poético de la comparación
entre la vida humana y el ciclo de las estaciones (No hay paridad entre mi
ser y el año./Cuando el hombre caduca se termina,/no vuelve a la niñez y juventud./Vivir no es repetir .cuatro
estaciones./Vivir es consumir las cuatro etapas/y a veces sólo tres, o dos, o
una./No hay rotación posible…)
Elizabeth Barrett Browning, "Sonetos de la portuguesa"
Con el miedo con que se metería una piel de bebé en el agua,
con el terror de que se deshaga el espejismo de la pureza (perdón por la
cursilería), así se lee este mítico poemario de Barrett Browning (aquí el
apellido de casada es más pertinente que nunca, por cuanto tienen estos textos
de voluntaria y encendida rendición al hombre amado, que quizá no guste a las
feministas furibundas pero es parte esencial de cualquier amor que aspire a ser
tildado de auténtico). Hay que conocer, incluso profundizar en las
circunstancias personales de su autora, sus años de encierro y enfermedad, su
segura certeza de que nadie la querría jamás, para comprender cómo se afronta
el amor en estos poemas, con esa sensación de don no merecido (que se agradece
continuamente con una emotividad que desarma), de voluntad de enajernarse a lo místico en él,
de saberse insólitamente rescatada del
dolor, una gratitud que no evita el pánico a que se deshaga el espejismo y
vuelva la vida a su inercia de sombra. El libro en su conjunto es conmovedor
(más aún cuando sabemos que la autora se los ocultó al propio Browning con la
inestimable ayuda de la máscara ficticia, inspirada en la amada que había
encendido los versos del portugués Camoens pero también guiño doméstico porque
al parecer Browning llamaba cariñosamente “la portuguesa”, por su afición a
estos textos, a su mujer, y que sólo se los dejó ver, y con él a la posteridad ,después
de que el inglés se diera cuenta inmediata de su calidad literaria, cuando pretendía
ayudarlo a superar un trance personal difícil tras la muerte de su madre) y
compone uno de los más “altos” poemarios de amor de todos los tiempos (en la
propia tradición inglesa, Shakespeare o Keats podrían verse en entredicho como
mejores sonetistas de su lengua), parte inequívoca de una tradición
petrarquista ya feminizada por autoras como Vitoria Colonna (la dedicatoria a
un solo hombre, la infravaloración personal ante lo amado (el grito de mis grillos contra tu mandolina…ejemplo de que un poema
en un verso cabe, como nos recordaba Bécquer), el primer y último soneto con
valor de prólogo y conclusión, alusión a determinados tópicos de la tradición
trovadoresca también retomados por los renacentistas como la “senhal”, falta
quizá el “vario stilo” a causa del efecto uniformador de la utilización
exclusiva del soneto) y a la vez innegablemente original y moderno (porque la
autenticidad emocional hace que cualquier viejo sentimiento se lea como recién
aparecido en la tierra), pero deja algunas piezas que, aisladamente, despuntan
como joyas rotundas: la rotunda defensa del amor “per se”, por encima de los
refinamientos (que Barrett sabe en el fondo superficiales) de la inteligencia y
la virtud del XIV, el nuevo vuelo poético que alcanzan los citados tópicos de
la tradición (el soneto sobre las cartas, el tópico para nosotros quevedesco
pero antes clásico del amor que se sobrepone a la muerte (XLII) y especialmente el de la “senhal” en forma de
rizo de cabello: pensé que lo cortaran
tijeras funerarias,/mas el Amor lo hará… Tómalo tú…/encuentra de aquel tiempo,
indeleble e intacto,/el beso que al morir, dejó mi madre en él), el
sentimiento de culpa por el agravio de no saber intuir el presagio del amor
entre la obviedad del sufrimiento (mítico soneto XX), la tenacidad con que
llega a negarse la condición mortal sólo porque engendra dolor para el amado
(XXII), el amor como confirmación de los espectros de idealismo con que se ha
conjurado la tristeza (XXVI), el reto para el amado de que su persona pueda
suplantar su existencia entera, no su luz sino (he ahí lo meritorio) su parte proporcional de sombra (XXXV)… en fin,
cada uno puede elegir sus predilectos de este florilegio inacabable. Preciosa
edición en la editorial Torremozas, cuya existencia preserve el destino por
años e impecable traducción (o eso le parece a un profano como yo) de la
filóloga madrileña afincada en Estados Unidos Marta Porpetta.
CHRISTOPHER ISHERWOOD, "Adiós, Berlín"
Isherwood es uno de esos escritores que presenta un perfil
biográfico y artístico que no pueden sino atraer de inmediato: británico
cosmopolita, amigo de Auden (con quien llegó a escribir obras en colaboración),
de una permanente inquietud intelectual que le llevó a militar en ideologías
tan dispares como el comunismo y el hinduismo espiritualista de sus últimos
años (llegó a escribir una biografía de Bhagavad-gita), de obra breve pero
excelente en la que despunta la Trilogía
berlinesa (amén de la homoerótica Christopher
y su gente) que inicia esta novela y que dio base argumental a películas
tan conocidas como Cabaret. Genial
desde su misma indefinición genérica (la obra se podría leer como una colección
de narraciones breves interrelacionadas pero a la vez autónomas entre sí y a la
vez como una novela gracias a los hilos de coherencia temática y estilística
que existen entre ellas), el libro combina la mejor literatura autobiográfica
con el atinado retrato de la decadencia de una cultura y un entramado
histórico, el Berlín (y por extensión toda Alemania) de entreguerras, en el que
se empieza a descomponer una superficie fascinante de bohemia, vida nocturna y
efervescencia cultural bajo el cual se ha ido labrando, de forma casi
inadvertida pero implacable, el monstruo del totalitarismo cuyas consecuencias
no hace falta glosar. Este proceso concreto de corrupción social y política
está perfectamente dosificado por el autor: se apunta ya en la primera parte
del Diario berlinés(en la que
Christopher contacta en una pensión con varios personajes del mundo nocturno,
prostibulario y pseudocultural de la ciudad, por medio de personajes como la
cantante Fraulein Mayr capaz ya de actos de extremo sadismo contra los judíos
que aún quieren emascararse con “motivos personales”… parte en la que, por
cierto, mejor se aprecian las cualidades descriptivas y poéticas del estilo de
Isherwood (“maestro en la construcción de la frase y del párrafo, con un
infalible sentido del ritmo y del fraseo narrativo”, lo califica
acertadamente Javier Alfaya) que luego
se echan un tanto de menos y reparecen plenamente, en otro acto de coherencia
estilística, en la parte final del diario), se sostiene mediante personajes
aislados como el médico de En la isla de Ruegen y el Lothar de Los Nowak, caso especialmente aterrador
por ilustrador la capacidad del fascismo para seducir a personas esencialmente
bondadosas, con sentido de la responsabilidad civil aunque escasa inteligencia
que se convierten en verdugos a los que apenas se les puede reprochar nada por
ser decididamente bientencionados, tiene su ejemplo más sangrante en el
asesinato del empresario judío que se narra en Los Landauer (a mi gusto, y a pesar de su trascendencia para el
conjunto de la narración, la parte menos lograda del libro) y culmina en la
agobiante sensación de derrota, punteada de escenas de creciente violencia e
inhumanidad, que transmite la última
parte, tras la que solo queda el abandono de la ciudad por parte del autor
entre el más absoluto desencanto. Redondean el conjunto dos “novuelles”
perfectas y plenas de emoción: Sally
Bowles, (que reparece como “personaje de reparto” en la parte de los
Landauer, en una suerte de “nudo balzaciano”), desnortada niña bien inglesa, el
personaje que más justificada fascinación ha despertado entre el reparto de la
novela de Isherwood, comparable (en perfil humano e impecabilidad de su retrato
) a una Holly Hunter de Truman Capote, muchacha esencialmente bondadosa, llena
de espontaneidad e ingenuidad encantadora, cuya fragilidad y nulo talento
artístico, pese a sus delirios de diva, la aboca a una vida no explícitamente
asumida (pero finalmente efectiva) de prostitución y dependencia de los hombres
(edificante episodio del millonario que la seduce, y en parte también al propio
Christopher, para finalmente abandonarla), que entabla con el escritor una
relación de sentimientos ambiguos y llenos de alternativas (el rencor y hasta el afán de revancha, dejándola en
manos de un timador y arribista a la caza de jóvenes con ansias de triunfar, de
Christopher tras ser depreciado por ella en uno de sus momentos de
envanecimiento ) hasta que desparece, disolviéndose en el aire de
provisionalidad que envuelve su existencia y En la isla de Ruegen, otro inquietante retrato de joven adinerado
lastrado por inseguridades y traumas personales alimentados en la familia, las
instituciones educativas y el conservadurismo cultural (más complejo e
interesante que los perfiles más planos de niños pijos y caprichosos que había
tenido Isherwood como alumnos de inglés en la primera parte de la novela) que
entabla una relación homosexual de dependencia patológica con Otto, bisexual,
vividor y hedonista que se venga continuamente del acecho y el amor castrante
del otro en una recaída continua en el desprecio y la infidelidad hasta el
abandono definitivo, motivo que enlaza con Los
Nowak, un memorable aguafuerte de histeria doméstica (alcoholismo, intensas
relaciones filiales de amor y desprecio, rendición al efecto manipulador de las
ideologías fascistas en el citado caso de Lothar) narrado durante la estancia
del escritor en la casa del joven que va apuntalando el ritmo de agobiante
desesperanza que ya no decaerá hasta la conclusión del libro. ¿Algo más que se
pueda añadir para rubricar la sentencia de “obra maestra”?: sí, que la
traducción la realiza Jaime Gil de Biedma.
LORENZO VILLALONGA: "Bearn o la sala de las muñecas"
No decepciona en
absoluto este libro de culto de las letras catalanas (que debía, si es que no
lo es ya, de serlo entre las peninsulares en conjunto) que muestra una vez más
la fascinante capacidad de estos escritores de poner un pie en la pura
vanguardia narrativa y otro en el realismo decimonónico de factura más
exquisita. Villalonga fue un personaje peculiar, amigo de Cela (autor del
prólogo), médico psiquiatra de profesión (son muy frecuentes los caracteres que
caen, de forma más o menos intensa, en la enfermedad mental), gran animador de
tertulias literarias, articulista en prensa, conservador pero a la vez
enemistado con el falangismo más rancio y autor de una amplia obra narrativa
que merece ser leída casi en su totalidad (muy atrayentes títulos como Muerte
de una dama o Falsas memorias de Salvador Orlán) que en su día pasó
totalmente inadvertida, al margen de su entorno mallorquín, quizá porque su
manera de entender la narrativa resultaba anacrónica en unos años en que los
escritores españoles intentaban demostrar que eran capaces al tanto de las
novedades formales de la literatura europea o norteamericana (muy
significativamente, la edición del Nadal al que Villalonga presentó esta novela
la ganó El Jarama de Sánchez Ferlosio).
Utilizando la
vieja técnica epistolar (el relato es una carta remitida al secretario de un
cardenal tras la muerte de los señores Bearn) y la perspectiva del capellán
Juan Mayol, que introduce en la narración su visión del mundo pacata y
conservadora pero también una espiritualidad peculiar llena de claroscuros (su
origen en un oscuro episodio del pasado, la muerte de otro protegido del señor
de Bearn en que tuvieron parte sus celos, la imparable fascinación erótica por
Xima) y una fascinación por una figura aristocrática cuya inmoralidad y
espíritu independiente le crea repulsa y admiración a partes iguales, la novela
triunfa como relato excepcional del modo de ser aristocrático en el inolvidable
personaje de Antonio o “Tonet” Bearn: su mezcla de posicionamientos sociales y
políticos conservadores con la inmoralidad y libertinaje que se le presupone al
autentico noble, muy honesto por negarse a aplicar la ley del embudo (muy
significativo el pasaje en el que defiende el derecho del pueblo a celebrar el
carnaval y tener momentos de disipación carnal como actos de liberación que
contribuyen a redondear el orden jerárquico frente a los curas timoratos) y el
único, por preocupación intelectual,
(muy significativas sus lecturas de autores liberales y su afición a los
inventos y la tecnología, que le granjean su divertida reputación de hombre
“satánico”) en ser consciente de pertenecer a un modo en rápido proceso de
extinción, con una conciencia más aguda que la del conde protagonista de El
gatopardo de Lampedusa, la novela con la que tantas veces se relacionó a
esta (las semejanzas son superficiales, si profundimos en el sentido de ambas
no son tantas) y que el propio Vilallonga tradujo al catalán. Durante su
juventud, Don Antonio vive su peculiar momento de inmoralidad y transgresión social
bajo la invocación del Fausto de Goethe (símbolo, ante todo, del
inconformismo ante los límites de la vida) con su fuga a Paris, donde mantiene
una relación carnal incestuosa con su sobrina Xima, aparente femme fatale
cuyo arribismo económico y sexual se va revelando más fruto de la ingenuidad
que de la ambición propiamente dicha. Tras conseguir el perdón de su esposa, la
más plana e insugerente Maria Antonia, encarnación de la virtud y la dignidad
aristocrática y evitar un nuevo intento de seducción de Xima que su conciencia
de vejez ya no puede aceptar, Tonet
firma su rendición aceptando la vuelta al orden conyugal y la quema de sus
libros “heréticos” para conseguir la tranquilidad de ánimo necesario para
componer su última empresa intelectual: unas memorias que dejarán testimonio
del mundo que está a punto de morir con él. Antes del desenlace, Villalonga nos
regala múltiples muestras de su talento para la ambientación política
(impecablemente captado el entorno de incertidumbres de la Europa posterior a
Napoleón e inmediatamente anterior a los totalitarismos) y espacial, con las
estampas de los viajes a París, donde la nunca confesada pasión de Juan Mayor
por Xima alcanza extremos patológicos y Roma, donde Don Antonio conversa con
uno de los pocos papas a los que realmente puede respetar por su perfil
intelectual. Es la antesala del desenlace trágico... que aquí no os revelo y que sólo tiene quizá la
única pega de la obra sea que el autor quizá saca juego de un elemento
sugerente (todo el enigma relativo en torno a la "sala de muñecas")respecto al que el lector se había creado más expectativas. Pero ni
eso es un problema: por suerte Merçé Rodoreda completó admirablemente el
trabajo en su relato de homenaje a Villalonga, una pieza maestra de la
literatura de misterio.
HERTA MULLER "En tierras bajas"
Este libro de la
última premio Nobel, el primero publicado en España por la editorial Siruela (y
convenientemente reeditado, claro está), compone un estremecedor cuadro de
estampas sobre las duras condiciones de vida de los suabos, alemanes emigrados
a Rumanía tras la II Guerra Mundial sometidos a la precariedad económica y el
desprecio social por pertenecer al país de los verdugos europeos por
excelencia. El centro del libro lo compone el titular En tierras bajas,
una larga (quizá demasiado) evocación de sus años de infancia en la crudeza de
su entorno rural. No es un relato, más bien una yuxtaposición de escenas de
intenso lirismo, a la manera de las Historias naturales de Renard, pero
volcadas a la perturbación y el desgarro. Entre la capacidad de fabulación y la
mirada “creadora” del niño sobre la naturaleza, van asomando las lacras de una
vida en la que preside la más absoluta sordidez. Ahí están las terribles
escenas de atrocidad con los animales,
que van creando en la niña desprecio por sus mayores y un aprendizaje
inevitable de la violencia y unas relaciones humanas necesariamente ásperas (la
educación basada en la represión ,la superstición absurda y la violencia
gratuita) a causa de la intensa infelicidad (atención al drama humano de la
madre de la autora, amargada por su marido alcohólico) de todos. Elementos
similares repuntan en los otros textos más breves: El baño suabo no
puede ser más elocuente en la representación de la miseria de esta clase social
a partir de una escena cotidiana muy reveladora (la familia que se ve obligada
a asearse en una misma bañera), Mi familia refleja el peso de la
maledicencia y los prejuicios morales, La oración fúnebre retoma el
drama de la madre y, a partir del funeral de su padre (también magníficamente
descrito en Tango opresivo), el sentimiento de culpa por tener un
progenitor que ha participado de la violencia nazi (el padre de Muller fue
oficial de las SS), Papá, mamá y el pequeño afrontan la sórdidez
doméstica y la inconsistencia de los lazos afectivos entre la familia, La
crencha alemana y el bigote alemán tienen un aire fantasmagórico a lo
Rulfo, con ese protagonista que vuelve a una aldea natal donde nadie, ni su
propio padre, lo reconoce ya y un denso aire de irrealidad lo inunda todo. Por
su parte, Crónica de un pueblo, es el correlato del relato titular, como
reflejo del mundo rural pero esta vez desde una perspectiva de objetivismo
descriptivo en el que se han abolido los desgarros
biográficos. La
indefinición genérica, característica de toda la obra, se agudiza en Barrenderos
o El parque negro, que directamente se podrían considerar poemas en
prosa. Tras lo tibia que, al menos apariencia, parece la obra de Le Clezio, un
Nobel para una autora intensa, expresiva y valiente y un libro que es
imprescindible complementar con sus novelas sobre la opresión del régimen
comunista de Ceacescu.
CECILIA QUÍLEZ: "Vísteme de largo"
La cuarta y más reciente entrega de la poeta gaditana
Cecilia Quílez se convierte, casi desde su inicio, en un libro memorable por
ser uno de los pocos en la última poesía española en que la imaginería, el uso
decidido de la irracionalidad con un punto voluntaria o involuntariamente
críptico no consigue crear sólo un efecto de originalidad sino no ir en
detrimento de una emoción que se impone con auténtica convicción dramática.
Como hacían Alejandra Pizarnik, Anne Sexton o Sylvia Plath, autoras a las que
el libro (y no es exageración) epata no sólo en uno o varios momentos puntuales
sino en muchos. El poema inicial, Lo que
hay detrás de una mujer… sirve de perfecta introducción al tono del libro
con su advertencia sobre la incapacidad de huir de la vulnerabilidad con el
referente simbólico del “vestido” como todas las “armas” humanas y afectivas
con que intenta afrontarse un dolor que al final no puede reconocerse sino como
la esencialidad de uno mismo (Lo que hay
detrás de mí/es una mujer./Escribe sobre la inercia de la piel/Y sí, está
desnuda). A partir de aquí, Silencio
sostenido afronta el tema de la identidad personal y poética con una
capacidad de perturbación lograda dando un giro dramático una imaginería
poética tradicionalmente idealista (la mariposa, el ángel), con ciertos matices
apocalípticos (Si digo la verdad/se
acabará el mundo/alguien me dijo que estaba en lo cierto./Alguien dijo adiós) y
la honestidad en reconocer la indefinición y el desnortamiento personal (Ni dama, ni niña, ni poeta/ni rara aleación
de lo correcto/al fondo, en el fondo de mis fuerzas/me dejo ir arrastrada por
el frío). Dilación del desnudo
reserva el éxtasis erótico (además de
seguir girando obsesivamente sobre la necesidad de “nombrarse” en poemas
brillantes como “Sí, soy pañuelo de seda…”), retratado como una visceralidad
que, aun naciendo de la indefensión y la carencia de afecto (Necesito
que me veles cada noche/en mi blanco ataúd de hábitos y zarzas./Cada
mañana para honrarme/con guirnaldas sencillas de tu huerto), acaba
paradójicamente convertida en violencia en la que acecha no sólo la propia
destrucción de los amantes sino la misma desmembración del lenguaje (Te amo como a las palabras que no se
dicen/las que tampoco hacen falta./Soldadito de plomo que un día soñó/dar
patadas al silencio), violencia que no evita cierta ingenuidad
(maravillosa) sobre el amor como fuerza regeneradora de todo la realidad que se
ha definido como sufrimiento (Sujeto tu
cráneo./Quiero volverte a nacer/desde la contracción/donde se obra el deseo).
La sección final, Vísteme de largo,
aun teniendo quizá una visión de lo erótico más “hímnica”, de tono más
vitalista y celebrativo (en poemas estupendos como “Estoy aquí a medias…”, “La
noche que tiene que ver con lo bendito…”) que en los textos anteriores,
redondea la sensación de incertidumbre que sugiere todo el libro con la
irrupción de lo elegíaco y lo existencial, en tonos más sobrios pero que no
evitan cierta angustia que afrontan el amor y el tiempo como pérdidas
simultáneas y decididamente sangrantes aunque se dejen escapar de forma opaca e
inadvertida (ahí está el “sufrimiento amortiguado” de “Mientras llegue
diciembre…” y especialmente de“La edad
que aún no tengo…”), preludios perfectos para un poema final en que, tras el largo itinerario de búsqueda de
consuelos e identidad personal que ha ido trazando el libro, finalmente parece
asumirse (Aleixandre dixit) que no hay efusión amorosa que no implique recavar
en la nada: anónimo hombre,/vengo a morir
de pie contigo/en el alud incomensurable de la madrugada.
CARSON McCULLERS, "Reloj sin manecillas"
Pocos motivos objetivos puede haber para justificar el
desapego que recibió esta novela por parte de la crítica (la única “maltratada”
de su autora, hecho que quizá tuvo el efecto aún más negativo de que, junto a
los graves problemas de salud que sufrió en aquellos años, Carson no volviera a
publicar otra entrega narrativa hasta su prematura muerte en 1967) y aun de su
propia autora (no sabemos si autónomo o incitado por la opinión de los demás),
que apenas sí se refiere a ella en su autobiografía Iluminación y fulgor.
Quizá McCullers cometió el error “táctico” de utilizar un planteamiento muy
similar al de la ya canonizada como clásico El corazón es un cazador
solitario para una obra que tenía obviamente una calidad inferior,
predisponiéndose a juicios de “autoplagio” y agotamiento de su propia
originalidad, si bien son reconocibles
en ella todas y cada una de las virtudes, tanto para el análisis psicológico
como social y político, que la convirtieron en nombre de referencia para su
generación. Ambientada nuevamente en el Sur estadounidense, el centro emocional
de la novela es uno de los mejores personajes jamás trazados por McCullers: el
anciano juez Fox Clane, encarnación de los principios más reaccionarios del
viejo sur clasista y jerárquico que sigue teniendo en la marginación racial su
seña de identidad y alimentándose de un resentimiento histórico por la derrota
ante los compatriotas norteños que le lleva a todo tipo de proyectos absurdos y
descabellados, como los intentos de restauración de la antigua moneda sureña
anterior al conflicto o su reivindicación de que su tierra reciba
compensaciones económicas por los destrozos de la guerra y la abolición de la
esclavitud. Es parte esencial de la genialidad de la escritora el que sea un
carácter que incita tanto a la repulsa como a la empatía emocional gracias a su
ahondamiento en un drama sentimental cimentado en el desgarro por su temprana
viudedad y sobre todo por la muerte de su hijo Johnny que se le había
enfrentado defendiendo los derechos de un negro falsamente acusado de asesinato
en un juicio y cuyo fracaso le lleva a un suicidio que el viejo Clane no puede
sino interpretar casi como un acto de revancha hacia él. La oposición liberal a este Sur
desgraciadamente no tan caduco y declinante en tiempos de McCullers la
representa su nieto Jester, joven cuya ambigüedad irá orientándose hacia una no reconocida y
traumática homosexualidad (que deja algunas de esas escenas maravillosamente
excéntricas y provocadoras de McCullers, como aquella en que, tras ser
humillado por Sherman, desahoga su frustración perdiendo la virginidad en un
burdel) tras conocer a Sherman Pew y que poco a poco irá ganando coraje para
enfrentarse al conservadurismo del abuelo que lo crió como a un padre e ir
implicándose en la causa social contra el racismo (sobre todo tras el
sentimiento de culpa tras una vivencia en que se inculpa de la muerte por
brutalidad policial de un negro al que
perseguía por la calle por haberle robado) hasta que el conocimiento de la
historia de su padre le incite definitivamente a convertirse en abogado e
intentar triunfar donde aquel firmó la rendición. Sherman Pew es otro magnífico
carácter, adolescente negro de ojos azules, hijo de negro y de mujer blanca y
quizá por ello con una compleja relación con la raza negra en la que alternan
la indignación por las injusticias con cierta sensación de superioridad no
reconocida, capaz de toda la dureza emocional de los criados en la calle y
entregados a la supervivencia (sobre todo en su manera vejatoria de tratar a
Jester, una vez que intuya sus sentimientos y la posición de superioridad que
le otorgan respecto a él) pero también de una conmovedora ingenuidad,
perceptible en la inocencia con que se entrega a la ensoñación de que su madre
pueda haber sido una gran dama de la música negra a causa de su voz
privilegiada. Junto al complejo entramado emocional que componen estos
personajes (el juez contrata a Sherman como criado personal y le tributa un
trato significativamente más humano que al resto de sus sirvientes por motivos
de mala conciencia que se revelarán al final), McCullers añade el personaje del
farmaceútico J.T. Malone, sentenciado a muerte por una leucemia, hecho que le
llevará a la corroboración de una certeza mucho más atroz que la propia muerte,
como es la revelación de la inanidad de su existencia, vencida en el fracaso de
sus aspiraciones como médico, la rutina laboral, el sometimiento a unos ideales
que ha asumido sin pensar y un matrimonio lleno de desamor y vacío emocional.
El final de la obra (que por delicadeza no os cuento, por si a alguien le da por leerla novela), como corresponde oportunamente a una novela de “cierre” de
una producción literaria, vale como síntesis de toda la obra de McCullers,
fusión del desgarro trágico de El corazón es un cazador solitario o Reflejos
en un ojo dorado con la, siempre tímida y llena de incertidumbres, apertura
a la esperanza de Frankie y la boda. En fin, tal vez no sea la
mejor obra de McCullers, la de planteamiento y desarrollo más tópico y
previsible y hasta una versión más descafeinada de lo mejor de sí misma pero el
hecho de que esta sea la única novela que me quedaba de leer de ella y que
nunca habrá más para seguir disfrutándola a mí no me suscita sino ganas de
llorar.
Luis Pimentel "Barco sin luces"
La del lucense Luis Pimentel (1895-1958) es otra de tantas tristes historias de poetas de la literatura española: la de los expulsados del “canon” y las etiquetas oficiales por elección idiomática (parte de su obra escrita en una lengua periférica como el gallego), vida provinciana (apacible existencia como médico y padre de familia en su ciudad natal, al margen de los grandes cenáculos literarios) o finalmente por los malentendidos a que se prestan sus peculiaridades artísticas (como señala González Garcés “emoción contenida, depuración, musicalidad, virtuosismo poético. Poesía dolorida y sencilla. Quizás pueda parecer, a los simples, que faltan en ella recursos estilísticos.) Nunca encontró acomodo en la Generación del 27, a la que pertenecía por edad y formación literaria (la impronta de poetas como los simbolistas franceses, con Laforgue a la cabeza) ,pese a la admiración que le tributó Dámaso Alonso y un breve libro en gallego publicado (Triscos) y dos (los más sustanciosos), uno en gallego y otro en castellano (Sombra do aire na herba y Barco sin luces) justifican un rescate que, más allá de las reivindicaciones regionalistas, nos tememos nunca será completo. Si algún día se le pusiera finalmente en su sitio, sus fans aún tendríamos mucho por descubrir: un buen número de poemas inéditos, como los de temática civil de “Cuentas” y otros tantos que quedaron fuera de la versión póstuma de este título, que equivale casi a uno de esos libros “totales” típicos de la Generación del 27. Como ya señalaba Dámaso en su famoso prólogo, su grandeza sigue estando en su emocionante sensación de vulnerabilidad, desde las impresionantes estampas descriptivas del biográfico Diario de un médico de guardia (En el patio, Sala de cirugía y especialmente En el depósito de cadáveres hay un niño), a esas Oraciones que encaran a Dios desde la conciencia de la vaciedad de ambos, que lo convierte en mero interlocutor para compartir incertidumbres y carencias (Señor: si sacudo tu manto/me llenas de sombras se lee en Oración de los trabajos del día) o peticiones de conmiseración inútiles (Oración del comisionista, Oración al poeta muerto). Nada más que añadir sobre Oración para que no se muera un pájaro, es un poema que simplemente estremece. Interior, amén del poema a Rosalía de Castro, que bordea los tópicos sobre su figura pero los supera con la autenticidad y la contenida emoción de su imaginería, deja otros textos memorables en El amigo, Palabras (una de las mejores muestras de su aproximación afectiva a la infancia) y los dos poemas innominados “No hacer nada…”, maestros en su capacidad de sugerir una sensación de ataraxia en la que persisten restos y latidos que confirman la persistencia de la vida. Como todo no puede ser perfecto, diría que no me acaba de convencer el Pimental amoroso y erótico, me suena lo que no ha sido nunca: convencional. Pero cierra el libro otra breve sección impecable que recoge la fascinación por una condición humana débil pero que alumbra la naturaleza y la creación poética (Paisaje sin historia, A este hombre), el latido elegíaco (Descubrimiento) y un impresionante poema final (El viaje) que supone un modesto triunfo de la vida y de sí mismo ante el sufrimiento por su condición efímera.
Andrés Sánchez Robayna "Cuaderno de las islas"
Sin duda una de las más agradables
sorpresas en la cosecha lírica del pasado año que, para mí, además de remitir a un
mito poético cuya fascinación sin embargo nunca me he atrevido a afrontar
líricamente (por culpa de Sánchez Robayna, ahora ya estoy “zarpas a la obra”)
tiene el valor añadido de suponer la rehabilitación en el interés por un autor
por el que nunca he sentido demasiado
pese a su merecida fama de excelente poeta: sin duda, se trata de mi
progresivo acercamiento, intelectual y afectivo, a los “hombres del silencio”.
Más allá de las filiaciones biográficas y subjetivas (el autor es natural de
Las Palmas), este cuaderno es un diario “nombeliano” (que bien merece mi amigo
que se le consagre un género) en el que el motivo central de la isla da pie a
un conjunto de fragmentos caleidoscópicos cuyas costuras ya se han anticipado
sabiamente en la cita inicial: Imaginé un
día algo semejante a un saber insular. Era un saber hecho no de contenidos
positivos, de datos o inferencias lógicas, sino de intuiciones, de
percepciones, de olores, de sabores, de epifanías. Un saber de los sentidos. No
era una sabiduría, sino una misteriosofía. En efecto, ya se ha apuntado lo
esencial: la isla suscita la reflexión abstracta e intelectual (La experiencia del límite- el límite que las
aguas representan- es consustancial a la experiencia de la isla. Todo está
circuido o cercado. De ahí una peculiar experiencia del espacio. ¿Cuál?. El
espacio como límite, el espacio como frontera) pero sobre todo la
imaginación, la celebración sensorial y a menudo intensamente carnal (la
isla-cuerpo), su imposición como entidad enigmática que se transmite por medio
de mitos que no conocía y que me han despertado una enorme fascinación (todo lo
relativo a la isla inexistente (o no) de San Borondón a la que, curiosamente, aludía
el Sr Chinarro en su último disco) y, principalmente, todo un diálogo con la
tradición (cultural, en sentido amplio, ya que muchas de las referencias no son
estrictamente literarias ni poéticas) en el que por medio de un símbolo de
índole universal se salta por encima de épocas y orientaciones estéticas para
fundirlas en el enganche de las imágenes esenciales que además, en este caso,
apuntan a la esencial heterodoxia del arte verdadero (la isla es anomalía,
excentricidad, apertura a lo exótico y aventurero) y a los cimientos de la
reflexión metapoética (la isla-palabra). Por lo que respecta a la breve
antología poética con la que Sánchez Robayna acompaña su cuaderno, regalo
infinitamente delicado con el lector de buena parte de los autores y obras citadas,
decir simplemente que bien se le podría quitar el calificativo de “insular”
para convertirse en simple y llana
antología: apunta lo mejor de los más grandes: Andrew Marvell y su delirio de
locus amonenus barroquizado (“Visión de las Islas Bermudas”), W.B Yeats
demostrando como se puede revitalizar y modernizar ciertos tópicos literarios
sin traicionar su esencia (el “beatus ille” de “La isla en el lago de
Innisfree”), la cualidad enigmática y el maridaje entre isla y drama
sentimental del excelente “Las islas” de
Hilda Doolittle, la filiación a un sensorialismo irracional en “El muro” de
Saint John Perse, la revelación de la esencia del aventurero en “Islas” de
Blaise Cendrars, una capacidad de imaginación
y creación de imagen que (ahora sí) puede emocionar en Breton (“Me han
dicho que son negras las playas”), un curioso híbrido entre orientalismo
exótico y cierto todo moderno de protesta civil en “Domingo en la isla de
Elefanta” de Octavio Paz y un epigrama de cualidad atmosférica estremecedora
(“Esto es Sicilia”) de un autor al que hay que conocer pero ya: Adam
Zagajewski. Pero por encima de todos, “Las islas” y Cernuda: vale por sí mismo
para evidenciar como llegó al hueso de la poesía de Kavafis y la hizo más
grande si cabe: un tono narrativo como lírica esencializada y en sordina, la
experiencia sensorial y erótica, la orla de trascendencia que el sexo da al
canto elegíaco y alguno de esos versos, que en efecto, son isla: ¿No es el recuerdo la impotencia del deseo?.
Además, esta breve selección me permite apuntar el nombre de algunos poetas
prácticamente desconocidos para mí que conviene investigar: Alonso de Quesada,
plástico, intenso y sugerente en Tierras
de Gran Canaria, Pedro García Cabrera con un logrado maridaje entre lo
insular y lo utópico en Un día habrá una
isla o Bartomeú Rosselló Porcel en su superposición del anhelo del sueño y
el ideal en A Mallorca, durante la Guerra
Civil. Un libro en realidad inagotable (cómo lamento no habérmelo comprado,
por una vez la biblioteca pública de Cuenca, que tan pocas alegrías me da, me
da una que realmente no quería) que me regaló, él solito, un fin de semana de
felicidad intensa hasta extremos de culpabilidad.
Santiago Roncagliolo "Abril rojo"
En 2006, el
peruano Santiago Roncagliolo se ganó merecidamente el honor de ser el ganador
más joven del Premio Alfagura con una novela rotunda que sintetiza lo mejor de
la literatura sociopolítica hispanoamericana sabiamente aderezado con elementos
de thriller, literatura policíaca y hasta terror. El “héroe” de Roncagliolo, el
fiscal Félix Chacaltana, recién vuelto a su provincia natal, Ayacucho, tras
traumáticas experiencias personales en Lima, en busca de un reposo espiritual
que no hallará es un personaje
fascinante por muchas razones. Sin necesidad de recurrir a sus rasgos de
“antihéroe” o a su anclamiento edípico en el dolor de la muerte de una madre
que domina su vida cotidiana, fascina en él su enfrentamiento con un sistema
cuya corrupción todos parecen dar por hecho menos él, viciado por oscuros
mecanismos de manipulación social y política y por una profunda misantropía que
es la excusa perfecta para justificar su falta de compromiso. Tanto en sus
rasgos de pacato cumplidor del deber como en los momentos en que se muestra más
valiente y resolutivo, su inocencia parece intacta y su antagonismo parece del
todo espontáneo, sin sombra de premeditación. La novela quizá toca techo en el
episodio en que Chacaltana, para que no “estorbe”, es mandado como inspector de
elecciones (¿democráticas?) a Yawarmayo, pobrísima y sórdida provincia donde la
opresión del poder estatal se suma a los residuos del terrorismo de Sendero
Luminoso y sus múltiples tácticas intimidatorios (memorable la escena de los
perros decapitados), escenario donde incluso Félix habrá de traicionar su ética
privada y mostrarse cobarde ante los periodistas que podría haber utilizado
para denunciar la auténtica situación del lugar. En su exposición de las
interioridades desgarradas de la Latinoamérica más dura, Rocangliolo raya a la
altura de los colombianos Fernando Vallejo o Evelio Rosero. Junto a estos
elementos de tono social (muy notable también la visión lúcida y crítica sobre
Hispanoamérica que se deriva de las conversaciones del protagonista con el
preso por terrorismo Durango), la novela se redondea con un thriller sangriento
perfectamente tramado hasta en sus mínimas piezas: Chacaltana investiga la
aparición de un cadáver quemado y horriblemente mutilado en un granero, al que
seguirán toda una serie de asesinatos similares de las personas cercanas a su
entorno.
Penélope Fitzgerald "La librería"
Es de celebrar que la editorial Impedimenta haya convertido
en costumbre sacar a la luz grandes damas “no canónicas” de la literatura del S.XX
y que lo haga especialmente con escritoras británicas caracterizadas por un
magistral dominio de la ironía y el sentido del humor aplicados a una lacerante
crítica social (antes fueron Muriel Spark o Stella Gibbons) que en esta novela
en concreto alcanza tintes de verdadera obra maestra. El planteamiento moral-argumental
del libro no puede dejar de recordarme a la igualmente maravillosa El arpa
en la hierba de Truman Capote: un hecho totalmente inocente (aquí además
habría que añadir digno y valioso) que, por efecto de un entorno opresivo de
conservadurismo, hipocresía moral y luchas por el poder, acaba convirtiéndose
en un fenómeno completamente transgresor que sirve de “termómetro ético” de la
comunidad en que se desarrolla. La protagonista, Florence Green, una mujer de
mediana edad que ha llevado hasta el momento una vida un tanto opaca y
convencional de viuda respetable, decide poner una librería en su pequeña
ciudad inglesa guiada no sólo por inquietudes intelectuales sino por cierto
afán de hacerse “valer” como persona tras años de autopostergación (¿cuánto
tiene el personaje de reflejo biográfico de la propia Fitzgerald, que no empezó
su carrera literaria, concretamente con esta novela (1978), hasta los cincuenta
y ocho años y aún alcanzó reconocimientos como el Booker Price (con esta obra
quedó en puertas) y su posicionamiento como una de las voces referenciales de
su generación hasta su muerte en el año 2000?). Pronto su proyecto entrará en
colisión con las “fuerzas vivas” de la comunidad, especialmente la Señora
Gamart, prototipo de esa pequeña aristocracia local obsesionada con las
apariencias y la proyección de una falsa imagen de respetabilidad y
refinamiento, que desea convertir el local de la librería (una antiguo edficio,
Old House, con su propio poltergeist, elemento cómico que quizá se convierte en
una “motivación narrativa imperfecta” de la obra y resulta un tanto
innecesario) en un almibarado “centro de las artes” bajo su supervisión o Milo
North, el petimetre hueco local que, tras su reiterados fracasos de
establecerse como periodista de éxito en la BBC, se integra en el proyecto de
Gamart pero jugando un repulsivo juego “a dos bandas” con la ingenuidad de la
aprendiza de librera. De parte de Florence, el encantador “jefe” de los boy scouts
locales, Wally, la pequeña Constance, preadolescente de incisiva energía y
carácter que trabajará como ayudante en el negocio y desde su espontaneidad
todavía infantil será la única capaz de “castigar” a Mrs. Gamart (la risible
escena en que le golpea los nudillos como reprimenda por haberse saltado una
cola en una de las maliciosas visitas que realiza a la librería) y
fundamentalmente Mr. Brundish, aristócrata cuya vida de soledad y aislamiento
se convierte en una afrenta para sus “compañeros de clase” y su afán de
exhibición y social y que jugará un papel decisivo en hechos como el desarrollo
de un proyecto paralelo de biblioteca pública por parte de Florence o su venta
de los ejemplares de la “Lolita” de Nabokov que empezarán a labrar su derrota
final, cebo puesto con malévola inteligencia por Mrs Gamart y Milo en el que la
protagonista actúa no sólo por reacción contra la hipocresía moral (la fama de
indecencia de la polémica novela y las insinuaciones de sus enemigos de que no
se atrevería a venderla) sino por defensa de la dignidad intelectual (sus
lecturas y consultas a personas cualificadas como Bundrish hasta asegurarse de
que es un libro de calidad aunque, como ya le advierte el aristócrata, no “será
entendido”). (...).
Quedan automáticamente apuntadas otras novelas de Fitzgerald como deberes de
lectura, como A la deriva o La flor azul, biografía novelada de
Novalis.
Bienvenida
Aquí está el blog para el club de lectura que os comenté. Os iré colgando entradas sobre las lecturas que elijamos o sobre cualquier libro que creo merezca la pena y caiga en mis manos. Igualmente, os invito a todos a que os registréis como seguidores y podáis escribir comentarios sobre las obras que elijamos o sobre cualquier cuestión relacionada con la lectura que os interese comentar. Esta tarde os pondré unas reseñas sobre los libros que os mandé en la votación para que os ayuden a elegir: no están completas porque omito, claro está, el final del argumento de la obra para no destrozaros la emoción de la lectura. Gracias a todos.