VIJAY PRASHAD: Las naciones oscuras: una historia del Tercer Mundo




Valiente y necesario (amén de impecablemente documentado) este ensayo histórico del profesor indio afincado en Estados Unidos que desvela las causas del  hundimiento progresivo de la más legítima utopía que haya afrontado la humanidad en los últimos decenios: la consecución de la estabilidad económica y social y el restablecimiento de su identidad cultural para todas las naciones, en su mayoría situadas entre América del Sur, África y Asia, que fueron surgiendo del desmoronamiento progresivo de los antiguos imperios coloniales de Occidente tras la Segunda Guerra Mundial (proceso, en muchos casos, tardío además de sangriento, como ilustra el caso de los antiguos territorios portugueses, “emancipados” a golpe de fusil ya en los años setenta).  Con infinidad de ejemplos que abarcan todo tipo de entornos geográficos e históricos, la lucidez de Prashad va relatando como, tras ser planteadas en términos de idealismo triunfalista y contar en principio con la implicación de algunos de los dirigentes políticos “míticos” de los orígenes de las nuevas naciones (Nehru, Nasser, Sukarn...)la huida de la pobreza y la creación de un frente de poder común va arruinándose por infinidad de factores entre los que destacan la perpetuación del colonialismo a nivel económico, el enzarzamiento de los nuevos países en guerras de frontera que no son sino la herencia de la arbitrariedad ejercida por las antiguas naciones dirigentes (como los que mantiene la India con Pakistán y posteriormente con China en los años 60) y el establecimiento de gobiernos en las nuevas naciones que se fundamentan sobre las bases de las antiguas jerarquías occidentales (a menudo en forma de dictaduras convenientemente legitimadas por los antiguos dueños o por la ambición capitalista de Estados Unidos, como ilustran casos como los de Argelia o Chile o contribuyendo decisivamente a frustar la actuación de los pocos gobiernos que parecían auténticamente comprometidos a crear estados donde primara la igualación de los derechos sociales y el poder adquisitivo, como  el de René Barrientos en Bolivia al frente del Movimiento Nacionalista Revolucionario) y olvidan sus compromisos éticos con la población después de haberlos instrumentalizado para alzarse con el poder, amén de sugestionarles para buscar un “tercer enemigo” en el que desahogar su ira legítima tras el desencanto (para eso siempre fueron muy útiles los comunistas… sobre los que a menudo se ejerció el crimen organizado de forma sangrante, como  en los inicios de la dictadura militar de Suharto en Indonesia en los años 60, desarrollado entre la indiferencia de toda la escena internacional… incluida la URSS): es decir, las líneas maestras de la penosa historia del género humano. En su primera parte, Búsqueda, el autor hace una detallada cronología de los primeros intentos de establecer una conexión entre países alejados geográfica y culturalmente pero llamados a la empatía por su condición de territorios dominados por los grandes poderes políticos y económicos, tales como una primera Liga contra el Imperialismo celebrada en Bruselas en 1928 (… irónicamente en el país que estaba perpetrando uno de los más sangrantes genocidios imperialistas en el Congo Belga a partir de la sangrienta ambición del gobierno de Leopoldo II cuestión que, por supuesto, no pudo ponerse sobre la mesa y restó por tanto a la reunión buena parte de su hipotético alcance humanitario),  la Conferencia Afro-Asiática de Bandug (1955), que tuvo el valor de plantear cuestiones como la necesidad de un desarme a escala global en el contexto de un mundo aterrado por la reciente revelación de los horrores del armamento nuclear y la amenaza de un apocalipsis inminente…. aunque con poca legitimidad moral por la existencia de gobiernos tercermundistas que compraban efectivos militares de forma subterránea a los países pudientes, la aparición de todo tipo de movimientos cívicos y culturales que se consideraban el necesario complemento de la lucha política por la emancipación (el impulso dado al feminismo p or la Conferencia Afro Asiática de Mujeres de 1961 en El Cairo o las asociaciones de escritores e intelectuales relacionadas con el mito de la “negritud”, valioso a la hora de dar por una vez difusión a las manifestaciones artísticas de estos territorios marginados  pero quizá a la postre convertido más en una “moda” que en un esfuerzo sincero de integración o nivelación cultural) y finalmente la creación del NOAL (Movimiento de Países no Alineados, en 1961) durante un encuentro de líderes internacionales en Belgrado a menudo denominado con no poca ironía dramática “La Yalta del Tercer Mundo” (terminología de uso común a partir de los ensayos del francés Sauvy en los años cincuenta,  para designar al complejo bloque de países  que formaban una frontera indefinida en el mundo dividido entre el capitalismo occidental y yanqui y el comunismo soviético y su esfera de influencia), la más explícita reivindicación de estos países a definir su futuro y su propia identidad frente a la fatalidad de convertirse en satélites de las facciones enfrentadas durante los años de la Guerra Fría, preludio de una década en que, tras plantearse en términos pacíficos y de un idealismo poco efectivo a nivel pragmático, la cuestión tercermundista va adquiriendo tintes más revolucionarios y violentos por estímulos como el triunfo de movimientos liberales armados en países como Cuba o la intervención militar de países occidentales que tendrá su ilustración más bochornosa en la Guerra de Vietnam de finales de los sesenta, cuyo desenlace alienta la ilusión de una vulnerabilidad de los grandes estados a la que nunca se le sabría sacar auténtico partido. Especialmente revelador resulta el análisis de los condicionantes que justifican la imposibilidad de un despegue económico  al margen de la explotación de las grandes empresas internacionales que reduce la independencia de los nuevos territorios casi a un concepto retórico: pese a la nacionalización de las principales materias primas sustento de las exportaciones que debían afianzar la economía, la falta de capital monetario para convertirlas en productos vendibles (especialmente exigente en el caso del petróleo, que exige complejas infraestructuras para generar sus productos derivados) y la corrupción de los gobiernos amancebados con dólares las deja a merced de la actuación de las empresas internacionales, situación que impulsa valiosas iniciativas como la OPEP, el más valiente pulso contra la opresión de los grandes cárteres petrolíferos (sobre todo con el holding conocido como “Las Siete Hermanas”) que inspira otro sinfín de asociaciones que intentan fomentar la autonomía de los países pobres para sacar partido de sus recursos naturales. Y ya en los años 80 se acaba de dirimir la incertidumbre de los países tercermundistas entre atreverse a sobrevivir con modelos económicos y sociales alternativos a la imposición occidental (el caso de Cuba es único y, al menos en ese sentido, meritorio si obviamos las múltiples violaciones contra los derechos humanos con que sea consolidado el poder castrista, claro) o caer en la retórica maliciosa de la “globalización”…. hecho que supone finalmente el fin, nos tememos que a perpetuidad, de las aspiraciones enunciadas hace décadas: a la sucesión de sociedades progresivamente empobrecidas por la falta de libertad de mercado y el progresivo abaratamiento de las materias primeras que suministran (especialmente sangrante en casos como el de Jamaica… y a este propósito sabe el autor retratar perfectamente cuanto tuvo el movimiento “reggae” de insurrección social al margen de sus aportaciones culturales) se le sumará poco después el drama del endeudamiento , la necesidad, inútilmente paliada por iniciativas meritorias pero ineficaces como las plataformas del 0,7 %, de devolver las aportaciones de capital entregadas por el Fondo Monetario Internacional con un férreo sistema de plazos, intereses abusivos y medidas abiertamente punitivas contra su incumplimiento, que consume los ya limitados réditos de estos países y hace inoperante cualquier tipo de inversión en calidad de vida para sus habitantes, un entramado opresivo del que en principio solo parecen librarse los llamados Tigres Asiáticos (Hong Kong, Singapur, Corea del Sur, Taiwan), que viven una efímera prosperidad económica conseguida a costa de la expansión del urbanismo más irracionalmente consumista y la violación sistemática de los más elementales derechos del trabajador, que a partir de finales de los años ochenta comenzará a revelarse tan ficticia y obviamente manipulada por los intereses foráneos como la de cualquier otra parte del mundo. Y así termina el libro, con un desasosiego y una imposición de un rotundo pesimismo en cuanto a las expectativas de futuro de estas “naciones oscuras”, la única conclusión a que puede llegar un intelectual (y, en general, un ser humano) auténticamente honesto: siempre la lucidez por encima de la ingenuidad o el triunfalismo idealistas… aunque duela tanto.


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